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Peregrinación en el mundo azteca: Teotihuacan, la ciudad de los dioses

Avenida de los Muertos y Pirámide del Sol en Teotihuacán Atosan - Shutterstock
Avenida de los Muertos y Pirámide del Sol en Teotihuacán Atosan - Shutterstock

Los turistas que hoy contemplan admirados las inmensas pirámides de Teotihuacan, o se estremecen al pensar en los antiguos sacrificios humanos, quizás no sepan que este fue un lugar de peregrinación sagrado. Detrás de unas prácticas que hoy nos resultan impensables, se escondía una profunda lógica religiosa y una visión del cosmos que dio forma a toda una civilización.

Cuando los mexicas – conocidos hoy como los aztecas – llegaron al Valle de México en el siglo XIII d.C., las inmensas ruinas de Teotihuacan ya llevaban siglos abandonadas. Su amplia Calzada de los Muertos, flanqueada por pirámides monumentales y alineada con una precisión cósmica, hablaba de un mundo anterior al suyo, tanto en el tiempo como en la ambición.

Para los mexicas, Teotihuacan no era una ruina, sino una reliquia sagrada, un lugar de resonancia mítica donde los dioses habían moldeado el cosmos. La llamaron Teotihuacan, nombre que suele traducirse del náhuatl como “el lugar donde uno se convierte en dios” o “el lugar del nacimiento de los dioses”. Para ellos, no era solo un sitio de memoria, sino de peregrinación: un centro de orientación en un mundo vasto e inestable.

Geografía sagrada

Detail of the Temple of the Funeral Serpent or Temple of Quetzalcoatl
Detalle del Templo de la Serpiente Funeraria o Templo de Quetzalcóatl

Ubicada a unos 40 kilómetros al noreste de la actual Ciudad de México, Teotihuacan alcanzó su apogeo entre los años 200 y 600 d.C. Con una población estimada en más de 100.000 habitantes, fue una de las mayores ciudades del mundo antiguo. Sin embargo, cuando los mexicas se alzaron al poder siglos después, la ciudad llevaba mucho tiempo en decadencia.

Los aztecas desconocían quiénes habían sido sus constructores originales, lo que no hizo sino aumentar su carácter mítico. Reimaginaron Teotihuacan como el escenario de un acto primordial: la creación del Quinto Sol, la era cósmica actual según la cosmología mexica.

Según la mitología mexica, los dioses se reunieron en Teotihuacan tras la destrucción del sol anterior (había habido cuatro eras cósmicas previas, todas ellas terminadas en catástrofes). Allí, en la oscuridad dejada por el último colapso, celebraron un consejo para decidir quién se convertiría en el nuevo sol. Dos dioses – Nanahuatzin, humilde y enfermo, y Tecuciztecatl, rico y orgulloso – se ofrecieron en sacrificio arrojándose al fuego sagrado. De ese acto nació el Quinto Sol, y con él, el tiempo volvió a ponerse en marcha. Pero el sol permanecía inmóvil hasta que los demás dioses también ofrecieron sus vidas, poniendo en movimiento la rueda cósmica mediante el autosacrificio.

Este mito es fundamental en la cosmología mexica y otorgaba a Teotihuacan un lugar único en la geografía espiritual del imperio. Era un eje del universo, un sitio de renovación cósmica, y por tanto un destino esencial de peregrinación ritual.

Peregrinación y poder

Para los aztecas, la peregrinación era tanto devoción religiosa como ritual imperial. El Estado mexica, con centro en Tenochtitlan, estaba estructurado como una réplica del cosmos. Su recinto sagrado reflejaba un universo en estratos o capas: un eje vertical que conectaba el Tlalticpac (el plano terrenal), el Tlalocan (el inframundo acuático) y el Ilhuicatl Tonatiuh (el reino celeste del sol). El movimiento a través del espacio, especialmente hacia lugares sagrados, era un reflejo del tránsito por estas capas cósmicas.

The Pilgrimage that shaped Mexico’s origins

La peregrinación a Teotihuacan reafirmaba esa estructura. Grupos de sacerdotes, nobles y a veces guerreros viajaban a las ruinas para realizar rituales que evocaban los sacrificios originales de los dioses. Se ofrecían fuego, sacrificios humanos y objetos simbólicos en las Pirámides del Sol y la Luna. Estas estructuras monumentales no solo estaban alineadas entre sí, sino también con los ciclos solares y lunares, reforzando su papel como instrumentos cósmicos.

Se creía que la Pirámide del Sol, la mayor de Teotihuacan, se alzaba sobre una cueva sagrada – posiblemente un tubo de lava natural – que simbolizaba un útero o lugar de surgimiento. Las cuevas tenían un profundo significado en la cosmología mesoamericana, como entradas al inframundo y lugares primordiales de origen. Los peregrinos podían entrar en ellas o rodearlas como parte de rituales que recreaban el nacimiento, la muerte y la renovación.

El poder de Teotihuacan como lugar de peregrinación no se debía a un único dios, sino a su papel en una cosmología múltiple, con muchas deidades y niveles, que exigía movimiento, ofrenda y recreación ritual.

El panteón: fuerzas en movimiento

Para comprender la importancia religiosa de Teotihuacan para los mexicas, hay que entender la estructura de su panteón. A diferencia de los sistemas de deidades jerárquicos y rígidos, el panteón azteca era fluido y superpuesto: los dioses solían tener múltiples aspectos, nombres cambiantes e interpretaciones regionales. Eran fuerzas más que personalidades – cada una asociada a elementos naturales, ciclos temporales y acciones humanas.

Tourists in front of the impressive pyramids of Teotihuacan
Turistas frente a la impresionante pirámide del Sol en Teotihuacan

En el centro estaba Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, cuya batalla diaria a través del cielo reflejaba la ética guerrera de los mexicas. Pero no era el único. Tlaloc, dios de la lluvia y la fertilidad, exigía sacrificios infantiles en santuarios de las tierras altas para asegurar la abundancia agrícola. Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, simbolizaba el viento, el saber y la autoridad sacerdotal. Tezcatlipoca, el espejo humeante, regía el destino, el conflicto y la transformación.

Cada deidad estaba ligada al tonalli (signos del día), a ciclos calendáricos y a direcciones cósmicas. La religión estaba, por tanto, profundamente integrada en el espacio y el tiempo. Peregrinar a Teotihuacan significaba entrar en contacto con esas capas – no venerar a un solo dios, sino al acto mismo del surgimiento de los dioses.

Memoria y movimiento

La peregrinación, en este contexto, era una práctica dinámica de la memoria. Al desplazarse físicamente por la geografía sagrada del Valle de México – al visitar Teotihuacan – los peregrinos reafirmaban su vínculo con el pasado mítico y contribuían a mantener la estabilidad del cosmos. Teotihuacan, aunque deshabitada, seguía viva en la imaginación ritual. Era una ciudad-templo, una necrópolis donde residían los dioses, un lugar donde se podía tocar el fuego primigenio de la creación.

Este movimiento hacia Teotihuacan también tenía fines políticos. Para los aztecas, ejercer control sobre un sitio así reforzaba su legitimidad imperial. Al expandir su dominio, también absorbían y reinterpretaban los espacios sagrados de culturas anteriores. Teotihuacan no solo era venerada – era simbólicamente anexionada.

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