Para cualquiera que emprenda hoy el Camino de Santiago o cualquier otra ruta de peregrinación, existe la tranquilidad de saber que los caminos son seguros, señalizados y transitados; y sobre todo, que un albergue espera al final del viaje, con cama y comida por un precio muy asequible. ¡Hasta sesiones de fisioterapia para los pies doloridos!
Pero hace siglos, caminar por las montañas o los páramos era una empresa de riesgo: lobos, ladrones, ventiscas, falta de guías para el camino, sin armas, a veces a solas… Sin contar con los “portazgos” o tasas que había que pagar para usar determinados caminos. Peregrinar era una odisea, la aventura de una vida.
Así, muchos peregrinos repartían su herencia y se despedían de sus familias antes de partir, confiando en que la Providencia pusiera almas caritativas que les ayudaran a llegar a la meta y volver. Por otro lado, asistir a un peregrino se convertía en una obra admirable de caridad. La hospitalidad desinteresada era y sigue siendo un valor genuino asociado a la peregrinación.
En la Edad Media las peregrinaciones alcanzaron un volumen tal que las autoridades crearon leyes e instituciones para protegerlos. Así nacieron los hospitales medievales, instituciones benéfico-asistenciales que ofrecían refugio, alimentación y atención médica a los caminantes. Y nace también una figura clave: el hospitalero, que se encargaba de acoger a los peregrinos, e incluso de salir a buscarlos si les sorprendía una nevada o una tormenta.
Con el tiempo, de los antiguos hospitales han derivado dos herederos totalmente separados entre sí: los hospitales que hoy conocemos, y los albergues de peregrinos. Junto al Camino de Santiago, no obstante, uno puede encontrar aún los restos de los antiguos hospitales. Vale la pena, por ejemplo, en el Camino Primitivo, desviarse en Pola de Allande y recorrer la variante por la ruta de los antiguos hospitales en los montes asturianos.
¿Cómo eran los hospitales en el Camino?
Los hospitales medievales variaban en tamaño y capacidad, pero compartían algunas características comunes. Todos ellos ofrecían alojamiento y alimento a los peregrinos, aunque la calidad de estos servicios dependía de la dotación económica y el tamaño del hospital.
Los hospitales más antiguos y mejor dotados disponían de varias dependencias, con dormitorios y enfermerías separadas para hombres y mujeres. En cambio, los hospitales más pequeños solían ser simples viviendas familiares con pocas habitaciones. Había hospitales en ciudades, como el de los Reyes Católicos en Santiago, o también en medio de los páramos o en lo alto de las montañas, como el de Montouto, que estuvo en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XX.
El desarrollo de la red de hospitales para peregrinos comenzó a tomar forma en el siglo XI, cuando la peregrinación a Santiago de Compostela se convirtió en un evento masivo. Su mantenimiento corría a menudo a cargo de las órdenes militares, como el Temple o San Juan del Hospital.
Los hospitales ofrecían al principio solo refugio y comida. Con el tiempo, y gracias a los avances en la ciencia médica, algunos hospitales comenzaron a prestar atención sanitaria especializada, habilitando salas para enfermos y contratando los servicios de boticarios y médicos.
Pero no solo ofrecían alivio físico, también ayudaban a la preparación espiritual. Los peregrinos eran obligados a participar en actos religiosos, rezar por las almas de los fundadores de los hospitales y asistir a misa antes de continuar su camino. Si un peregrino fallecía en el hospital, era enterrado con gran solemnidad, acompañado por la comunidad hospitalaria y otras personas piadosas.
En resumen, los hospitales medievales para peregrinos fueron instituciones fundamentales en el desarrollo y consolidación del Camino de Santiago y de otros caminos de la época. Su legado perdura en la memoria histórica, como testimonio del compromiso religioso y el sentido de comunidad que caracterizó a los pueblos y culturas que se unieron en torno a las rutas de peregrinación.