La peregrinación es una práctica ancestral que consiste en un viaje, a menudo prolongado, a pie o a caballo, hacia un destino específico considerado excepcionalmente significativo. Compartidas por mujeres y hombres de todas las razas y credos al menos desde el año 9.500 a.C., las peregrinaciones han moldeado culturas y ayudado a establecer contactos entre pueblos y civilizaciones, contribuyendo así a la difusión del conocimiento y (en algunos casos) al entendimiento universal.
La palabra peregrinación procede del latín peregrinatio, que en sentido estricto significa “viajar al extranjero”, la mayoría de las veces a un lugar desconocido o, al menos, a un lugar en el que nunca se ha estado antes. Sólo más tarde la palabra adquirió sus connotaciones religiosas, significando un viaje a un lugar considerado sagrado.
Antropólogos, arqueólogos y otros científicos han señalado repetidamente que, desde los albores de la historia de la humanidad, hombres y mujeres de todo el planeta han peregrinado. Las primeras crónicas de peregrinaciones comparten el mismo matiz: el peregrino marcha hacia una meta ideal, en busca de algo trascendente. La idea misma de peregrinar se relaciona así con el abandono de la propia comodidad para embarcarse en una experiencia existencial diferente, que contrasta con los ciclos de la vida cotidiana.
Todas las peregrinaciones comparten al menos tres elementos fundamentales: una motivación subyacente, un objetivo, y un camino que conduce a dicho objetivo. Sin embargo, no todo viaje es una peregrinación. La mayoría de las narraciones míticas y épicas (la Odisea, el viaje de los Argonautas, etcétera) no cumplen necesariamente todos los requisitos. Las peregrinaciones incluyen necesariamente una dimensión que convierte el propio camino en una búsqueda espiritual-interior-personal de trascendencia.