Para los cristianos, la peregrinación no es obligatoria. Sin embargo, es una práctica muy recomendable. Surgió espontáneamente en los primeros siglos, cuando los creyentes visitaban los lugares relacionados con la vida y el ministerio de Jesús de Nazaret. Pronto se popularizaron otros destinos, especialmente los asociados a los primeros santos y mártires cristianos.
El viaje de Elena de Constantinopla a Jerusalén fue un momento crucial en la larga historia de la peregrinación cristiana. Su hijo, el emperador Constantino, acababa de promulgar el famoso Edicto de Milán (313), que sancionaba legalmente el culto cristiano y permitía a los cristianos realizar sus prácticas religiosas en público.
El supuesto descubrimiento por parte de Helena de la verdadera cruz y de la tumba vacía de Cristo (enterrada bajo un templo pagano) desató una ola de fervor en todo el Imperio Romano e inauguró la era de la peregrinación cristiana. Egeria, una matrona hispanorromana y cristiana que dejó un diario de su viaje a Tierra Santa en el siglo IV, pronto se hizo muy conocida en el mundo cristiano primitivo.
En la Edad Media, las peregrinaciones eran un asunto serio. Tanto, que una de las motivaciones de las Cruzadas fue garantizar que los peregrinos pudieran llegar a Tierra Santa. El viaje de Sigeric de Canterbury a Roma inauguró la Vía Francígena. El descubrimiento de la tumba de Santiago en el norte de España estableció el famoso Camino de Santiago.
La decisión de peregrinar suponía un punto de inflexión en la vida de los europeos medievales. Un peregrino repartía su herencia y se despedía de su familia en caso de no poder regresar. A menudo, la peregrinación tenía un fin penitencial (expiar algún pecado). También podía hacerse como muestra de gratitud por las gracias recibidas, o por preocupación religiosa o simple devoción personal. En algunos casos, el peregrino que lograba regresar a casa completaba esta «transformación» ingresando en un monasterio.
La Reforma protestante trajo consigo el declive de las peregrinaciones. Al cuestionar la veneración de santos y reliquias, el interés por las peregrinaciones decayó en los siglos siguientes. En ello influyeron sin duda las divisiones políticas y las guerras en Europa.
Aunque nunca se interrumpieron del todo (y florecieron en Hispanoamérica), las peregrinaciones europeas decayeron en la era moderna y contemporánea. La mayoría de estas rutas cayeron casi en el olvido a partir del siglo XVIII. Pero a finales del siglo XX, el renacimiento del Camino de Santiago en España impulsó el redescubrimiento de rutas de peregrinación por todo el continente -y más allá-.
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