Dice la tradición judía, recogida por Plinio el Viejo en su Historia Natural, que Jaffa o Jope fue fundada por uno de los hijos de Noé, después del diluvio. Podría deberse a que es tan antigua que ya estaba allí cuando los israelíes llegaron a la Tierra Santa. También cuando el faraón Tutmosis III decidió conquistarla empleando la astucia, escondiendo a soldados en cestas de regalos.
Jaffa significa «bella» tanto en hebreo como en árabe, y los palestinos la llaman aún hoy la «novia del mar». La mitología griega sitúa allí el lugar donde la hermosísima Andrómeda fue encadenada desnuda a una roca para ser entregada a un monstruo marino, de cuyo horrible destino fue salvada por Perseo.
Este puerto, habitado desde hace más de 7000 años, es hoy apenas un municipio de Tel Aviv. Ha perdido su importancia militar, pero no su conexión con la belleza: es hogar de artistas, llena de galerías, exposiciones y centros culturales. Es delicioso pasear por sus calles con sabor a antiguo y contemporáneo a la vez, con los colores brillantes contrastando con la piedra blanca y el azul del mar.
Jaffa es el puerto adonde llegaban los preciosos y exclusivos materiales encargados por el Rey Salomón para construir su Templo. También de Jaffa partió el profeta Jonás para no cumplir con su misión y acabar en el estómago de una ballena, como recuerda una simpática estatua en bronce en el paseo marítimo.
La historia cristiana de Jaffa también es significativa: en ella, callejeando, se encuentra la casa del Simón el Curtidor, donde san Pedro tuvo la sorprendente visión (mata y come, lo que Dios ha declarado puro no lo consideres tú impuro) que permitiría que el mensaje de Jesús llegara a los no judíos, inaugurando así la evangelización cristiana. La región fue muy querida para el jefe de los apóstoles, y se le conocen varios milagros, entre ellos la resurrección de una mujer, Tabita.
El puerto de Jaffa está lleno de tradiciones de ida y vuelta: de él salieron los discípulos de Santiago con su cuerpo recién ejecutado por Herodes, para su sepultura definitiva en Santiago de Compostela. A él llegaban también durante siglos los peregrinos cristianos que viajaban a los Santos Lugares, hasta 4000 al año, en la última etapa de peregrinación a Jerusalén conocida como «Camino del Silencio». Ya en el siglo XX, se convirtió en puerta de esperanza para los judíos europeos que huían de los progroms de los zares, y luego, de las persecuciones de los nazis. Pero también era lugar de paso de los peregrinos musulmanes hacia la Meca, como atestigua una fotografía tomada de un campamento de peregrinos persas hacia el año 1900.
Por tanto, Jaffa sigue siendo hoy símbolo de belleza y encuentro. O de la belleza del encuentro, a pesar de las dificultades.
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