En Paraguay aún florece la cultura guaraní. Conocidos por su conexión con la naturaleza y sus ricas tradiciones orales, los guaraníes hablan desde hace mucho tiempo de un reino mítico muy querido para ellos: La Tierra Sin Mal.
Este paraíso utópico, a menudo descrito como un lugar de eterna abundancia y armonía, es una antigua fuente de esperanza y resistencia para el pueblo guaraní y, en más de un sentido, para todos los paraguayos. Representa un mundo sin sufrimiento, donde la naturaleza florece y todos los seres vivos coexisten en perfecto equilibrio, una versión guaraní de la Isla del Paraíso de San Brandán, por poner un ejemplo.
La mitología guaraní deja claro que la Tierra sin Mal no es sólo una fantasía lejana o un legendario destino de peregrinación. Se trata, ante todo, de una búsqueda activa, una búsqueda permanente que determina la vida cotidiana y las aspiraciones del pueblo guaraní. Su viaje hacia este reino no es una fantasía escapista, sino un esfuerzo continuo por crear un mundo que refleje los principios de armonía y respeto mutuo.
La leyenda afirma que la Tierra sin Mal es un lugar donde el maíz crece abundantemente sin necesidad de cultivo, donde los ríos fluyen con agua clara y refrescante, y donde animales y plantas coexisten en perfecta armonía. En resumen, es un mundo donde las penurias son simplemente inexistentes. En su lugar reinan la paz y la tranquilidad.
Conexión con la naturaleza
Ahora bien, lo importante es que el concepto de una tierra sin mal no es sólo una aspiración espiritual del pueblo guaraní. Es más bien un principio rector. La Tierra sin Mal es algo que se construye, no que se “descubre” al final de un viaje épico. En ese sentido, es una peregrinación cotidiana y ordinaria hacia la propia casa o, mejor aún, hacia la tierra en la que queremos vivir. Esa es la razón por la que sus prácticas agrícolas, por ejemplo, están profundamente arraigadas en la sostenibilidad y el respeto por el medio ambiente, ya que entienden que la tierra es un don que se les ha confiado.
También explica por qué las misiones jesuitas en Paraguay tuvieron tanto éxito: estaban, en gran medida, guiadas por la misma aspiración: la de construir una comunidad libre de todo tipo de mal.
Los guaraníes gestionan cuidadosamente sus pequeñas parcelas de tierra, asegurándose de que no se sobreexploten. Utilizan métodos tradicionales que armonizan con los ciclos naturales de crecimiento y regeneración, para que la tierra siga siendo fértil y productiva durante siglos, con la esperanza de que las generaciones futuras puedan disfrutar de los frutos de la tierra sin agotarla, quizá.
Este profundo respeto por la naturaleza va más allá de la agricultura y abarca toda la cosmovisión guaraní. Consideran que todos los seres vivos, desde las plantas y los animales hasta los ríos y las montañas, poseen un núcleo espiritual común. Esta conexión con el mundo natural se pone de manifiesto en sus ceremonias, que a menudo giran en torno a la celebración y el agradecimiento a la generosidad de la naturaleza. La creencia de los guaraníes en una tierra sin mal no es una resignación pasiva ante las imperfecciones del mundo, una especie de fuga mundi, sino una fuerza motriz que les motiva a luchar por un futuro mejor.
En un mundo cada vez más marcado por los conflictos, la degradación medioambiental y la injusticia social, el mito guaraní de la Tierra sin Mal ofrece una verdadera inspiración. La Tierra sin Mal no es sólo un reino mítico; es una posibilidad tangible, un testimonio del poder de los sueños humanos y del espíritu perdurable de la esperanza: si algo podemos aprender de las misiones jesuíticas de Paraguay es que construir una comunidad sin mal está realmente a nuestro alcance.
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