Cuando llegues a Santiago, peregrino, no dejes de pasar por la oficina de acogida y saluda a Johnnie Walker. Sí, se llama como el famoso whisky escocés de su tierra. No es un voluntario cualquiera: es toda una institución viviente en el Camino de Santiago, después de casi 20 años de recorrerlo sin descanso. Tanto, que no podía faltar en la última película The Way – My Way de Bill Bennet, interpretándose a sí mismo.
John Rafferty, el hombre real que hay detrás de Johnnie Walker, fue en su día un exitoso director ejecutivo en el Reino Unido. Pero su vida dio un giro radical tras descubrir el Camino de Santiago. En esta conversación íntima con PilgriMaps, comparte cómo la peregrinación transformó no solo su vida, sino también la de miles de peregrinos de habla inglesa a los que él ha acompañado, directamente o a través de su labor, a la Tumba del Apóstol.
- ¿Quién era Johnnie Walker antes de descubrir el Camino de Santiago?
Sigo siendo la misma persona (se ríe). Mi nombre real es John Rafferty. Nací en Glasgow, Escocia. A los 24 años me convertí en director de una pequeña ONG, y eso me llevó a una carrera como director ejecutivo de diversas organizaciones. Estuve casado, tengo dos hijas preciosas, pero mi esposa falleció hace algunos años.
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Durante los últimos 15 años de mi carrera, ayudé a organizaciones en graves dificultades económicas. Yo era el tipo que llegaba a despedir gente, imponer presupuestos y objetivos. Estaba muy cansado de todo eso, aunque tuviera éxito. Uno de los momentos destacados fue ser nombrado el primer director en Escocia para distribuir fondos de la Lotería Nacional cuando esta comenzó en 1993.
Pero quería cambiar de rumbo a los 50 años. Soñaba con vivir en España. Soy organista de iglesia – una pasión desde que era niño. Empecé a ir a Sevilla, a tocar el órgano en una iglesia, soñando con pasear por calles estrechas y tomar una copa de manzanilla bajo un naranjo.
- ¿Y cómo apareció el Camino en tu vida?
Fui a cenar con el presidente de la organización para la que trabajaba. En su salón me señaló un mapa en la pared. Era el Camino Francés. Nunca había oído hablar de él. “¿Conoces el Camino a Santiago?”, me preguntó. “No.” “¿Santiago de Compostela?” “No.” “Pero conoces a Santiago Apóstol.” “Claro, soy organista de iglesia.”
Su esposa, Jenny, había hecho el Camino por etapas, y durante la cena se iluminó al hablar. Hablaba de los albergues, los amigos, los paisajes, la comida, personas de todas partes hablando distintos idiomas y entendiéndose. Ahí quedó sembrada la semilla.
De joven caminaba por las colinas escocesas, así que empecé a soñar. Cuatro años después, el 2 de enero de 2007, salí de Sevilla. Acababa de tocar el órgano en la gran fiesta de María, Madre de Dios—un evento enorme en Sevilla. Sacan a la Virgen de la catedral en directo por televisión, y la gente apuesta por cómo irá vestida. Muy andaluz.
Tras unos kilómetros caminando, miré atrás y pensé: Volveré a Sevilla para pasar el resto de mi vida.
- ¿Qué ocurrió al llegar a Santiago?
Treinta y seis días después llegué a la Catedral de Santiago y todo había cambiado para mi. Me había enamorado por completo de la idea de la peregrinación. Tuve muchos kilómetros para reflexionar – pensar, llorar, reír. Llevaba tres semanas sin hablar inglés. Y al llegar, pensé: Quizás Santiago sea el lugar para mí.
- ¿Por qué elegiste salir desde Sevilla, en concreto?
Por mi amor por Sevilla. Aún tengo amigos allí que piensan que estoy loco. “¿Por qué vives en la lluviosa Galicia?” Pero esto es maravilloso.
- ¿Cuándo sentiste que tu experiencia en el Camino podía convertirse en una vocación?
Si me das un problema, intento encontrarle solución – mi cabeza funciona así. Al llegar, la catedral estaba llena peregrinos. Peregrinos sentados en los escalones del altar, mochilas por todas partes. Recuerdo haber visto las botas del sacerdote bajo los ornamentos – fue muy emotivo. Pero nadie hablaba una palabra en inglés.
Así que toqué la puerta de la Oficina del Peregrino y dije: “Me llamo John. Vengo a ser voluntario.” El voluntariado no es común en España. Estaban confundidos: “¿Qué es esto?” Les dije que recibiría a peregrinos anglófonos, que escribiría las Compostelanas, que me pagaría mis gastos. Fui su primer voluntario.

- ¿Y después llegó la misa en inglés?
¡Sí! Los alemanes tenían su misa en alemán. Fui al Deán y le dije: “¿Puedo empezar a organizar una misa en inglés?” Me preguntó, “¿Cuánto costará?” Le dije, “Nada.” “¿Y de dónde sacarás sacerdotes?” “Yo los conseguiré.” Pedí ayuda a las asociaciones angloparlantes del Camino. Los irlandeses fueron los primeros en decir que sí – siempre han sido geniales. Conseguimos dinero, alquilamos pisos para voluntarios, que venían por 15 días. Fue un proyecto piloto durante tres años, y funcionó.
Después pedí a mi antigua parroquia en Londres que enviaran sacerdotes de vacaciones a Santiago a cambio de celebrar misa diaria. Enviaron a dos. A los peregrinos les encantó. Al inicio de la misa, les hacíamos presentarse: “Me llamo tal, vengo de Sevilla, caminé desde Sarria…” A los peregrinos les encantaba compartir. También recogíamos una colecta, y se convirtió en un ministerio sostenible.
Incluso puse un anuncio: “Se buscan sacerdotes católicos: que hayan hecho el Camino, dispuestos a ser voluntarios.” Recibimos 27 solicitudes. Se nombraron 24. Misa diaria en inglés durante seis meses. Fue maravilloso.
- Tú también reviviste el Camino Inglés, ¿verdad?
En 2007 quería seguir caminando y leí sobre el Camino Inglés. Contacté con la Confraternity of Saint James en Londres – pero solo tenían unas notas desactualizadas. “Si escribes una guía, la publicamos”, me dijeron. Así que escribí mi primera guía en 2008.
Ese año, 1.200 peregrinos hicieron la ruta. El año pasado, 28.000. No había otras guías en ese momento. Desde entonces he escrito 19 más. Abrí rutas poco conocidas – portuguesas, costeras, junto al mar. Se volvió casi una obsesión.
- ¿Qué hiciste durante los confinamientos por COVID?
Durante la pandemia estuvimos encerrados. Pero en cierto momento se permitió caminar entre regiones. Publiqué en Facebook: “Si quieres que rece por ti, mándame un correo.” Abrí una cuenta de Gmail – wewalkforyou – y recibí casi 400 mensajes. Nos pedían oraciones por matrimonios, hijos, enfermedades.
Llevaba las intenciones en un USB. En las capillas lo colocábamos sobre el altar y rezábamos. También lanzamos una campaña de carteles: “Querido Camino, volveremos.” Los periódicos locales imprimieron cientos de cartas de peregrinos. Fue muy emocionante.
- ¿Qué hace al Camino distinto de cualquier otra ruta de larga distancia?
Es un camino sagrado. Peregrinar significa salir de tu vida habitual para dirigirte a un lugar sagrado. Cuanto más caminas, más profunda es la experiencia. Está el calor humano de la gente local – recuerdo a mujeres mayores en el campo gritando “¡Buen Camino!” Y vives de forma sencilla, con una mochila.
Un día me di cuenta: si todo se derrumbara – si quienes me aman dejaran de amarme, si perdiera mi pensión, si se quemara mi casa – podría coger dos pares de calcetines, dos camisetas, dos calzoncillos, y hacer el Camino. Y sería feliz. Eso es la liberación.
- ¿Qué has aprendido al ver llegar a otros peregrinos a Santiago?
Nunca he visto a un peregrino llegar a la Plaza del Obradoiro sin llorar. Esas lágrimas son por el logro, la gratitud, y la tristeza de que esta experiencia tan increíble se termine. Mi teoría es que todo peregrino quiere cambiar de algún modo – ser mejor persona. Y al llegar se preguntan: “¿Tendré el valor de hacer ese cambio?”
- ¿Qué sigue sorprendiéndote al hacer el Camino?
Sigo poniéndome nervioso. Me siguen doliendo los pies. Sigo preguntándome: “John, ¿por qué haces esto?” Pero lo amo. He empezado a darle mi bastón a ancianos sentados fuera de los bares y decirles: “¡Ven conmigo a Santiago!” Se ríen y dicen, “No puedo, tengo la cadera mal.” Es una forma maravillosa de romper el hielo. A los españoles les encanta hablar si les das pie.
- ¿Qué mensaje dejarías a los futuros peregrinos?
En la película de Bill Bennett, alguien dice: “Debes caminar con el corazón en la mano.” Eso es. Lo esencial no es tu mochila, ni tu ruta. Es tu apertura. Ábrete a lo que el Camino te ofrece. Si alguien te tiende la mano – tómala. Si alguien comparte, comparte tú también. Sé honesto. Sé receptivo. Y la magia ocurrirá.