La figura del flâneur, ese paseante urbano despreocupado, ha sido durante mucho tiempo un símbolo de curiosidad distante y observación poética. Este término, acuñado en el París del siglo XIX, alcanzó notoriedad gracias a los escritos de Charles Baudelaire y, más tarde, de Walter Benjamin. Éste describió al flâneur como alguien que recorre la ciudad sin un destino fijo, dejando que el entorno guíe su experiencia. Para Benjamin, el flâneur representa una versión moderna del explorador: “un observador en el laberinto de la ciudad”.
Sin embargo, este deambular aparentemente sin rumbo no es tan casual como parece. Implica una apertura a la sorpresa, una sensibilidad hacia la poesía de lo cotidiano y un compromiso con ver el entorno urbano como un paisaje vivo. Pero, ¿puede esta figura, que busca impresiones efímeras, encarnar también la mentalidad de un peregrino, tradicionalmente asociado con un propósito claro, devoción y una meta definida?
Deambular y peregrinar: Dos caras del descubrimiento
A simple vista, el flâneur y el peregrino pueden parecer opuestos. Los peregrinos suelen emprender su viaje con un objetivo claro: alcanzar un lugar sagrado, cumplir un ritual o llegar a un sitio de especial relevancia espiritual. Su camino suele estar planificado de antemano, guiado por un significado profundo más que por el azar. Por el contrario, los flâneurs deambulan a propósito, resistiéndose deliberadamente a los límites del tiempo y a los itinerarios preestablecidos.
Aun así, ambos comparten algo en común: el movimiento y la búsqueda de significado, aunque sus caminos sean distintos. Mientras que el peregrino camina con un propósito exterior, puede descubrir, al igual que el flâneur, que las revelaciones más profundas no siempre están en el destino, sino en el propio camino.
La idea de una «peregrinación urbana» une de forma fascinante estos dos conceptos. Las ciudades, con sus capas de historia, rincones escondidos y ritmos variados, son terrenos perfectos para combinar el deambular con el descubrimiento intencionado. Pasear por una ciudad, ya sea un lugar histórico como Jerusalén o Roma, o tu propia ciudad natal, puede generar el mismo asombro, humildad y transformación que se asocian a las rutas de peregrinación tradicionales.
La espiritualidad de la serendipia
El flâneur aborda la ciudad con el corazón abierto y una mirada atenta, encontrando belleza en lo cotidiano y en lo que otros suelen pasar por alto. Benjamin ensalzaba la capacidad del flâneur para «leer» la ciudad como si fuera un texto, interpretando sus señales, sonidos y espacios como claves para comprender su esencia. Para los peregrinos modernos que exploran paisajes urbanos, adoptar esta actitud del flâneur podría significar dejar de lado las expectativas y permitir que sea la propia ciudad la que guíe su camino.
Imagina transformar una peregrinación en una improvisación: desviarte por un callejón tranquilo y descubrir una capilla oculta, detenerte a escuchar a músicos callejeros frente a una catedral o perderte en un mercado bullicioso para impregnarte de su vitalidad. Estos momentos espontáneos suelen sentirse como regalos inesperados que enriquecen la experiencia de la peregrinación de forma que ningún itinerario podría prever.
Peregrinar en lo cotidiano
No es necesario viajar lejos para realizar una peregrinación urbana. Tu propia ciudad, esa que a menudo das por sentada, puede convertirse en un lugar de revelación si la exploras con la mirada fresca de un flâneur. Caminar por sus calles sin un plan, deteniéndote a observar fachadas olvidadas, relajándote en un parque o conversando con desconocidos, puede transformar lo familiar en algo profundamente significativo.
Piensa en redescubrir los lugares emblemáticos de tu ciudad como si fueran parte de una peregrinación. Esa iglesia que ves todos los días pero nunca entras podría albergar obras de arte o historias de resistencia y comunidad. Ese café discreto de la esquina podría ser donde nació una idea revolucionaria o donde alguien encontró consuelo tras una pérdida. Incluso las propias calles, con sus desgastes y grafitis, son testigos del paso del tiempo y de las vidas de innumerables personas.
Esta práctica puede ayudarte a conectar más profundamente con tu entorno y con los ritmos de la vida. Deambular invita a la humildad: nos recuerda que formamos parte de un mundo amplio e impredecible, que siempre tiene nuevas capas por descubrir.
El asombro sin expectativas
La magia de combinar la flânerie con la peregrinación radica en abrazar lo desconocido. Mientras que una peregrinación tradicional suele centrarse en la elevación espiritual a través de un lugar sagrado, una peregrinación urbana, guiada por los principios del deambular, ofrece la oportunidad de encontrar lo sagrado en lo inesperado. El objetivo no es renunciar al significado, sino mantenerse abierto a donde este pueda surgir de forma inesperada.
Como señaló Benjamin, el flâneur encuentra satisfacción en el mero acto de caminar. De manera similar, para el peregrino urbano, el viaje puede no culminar en una gran revelación o un momento transformador único. En cambio, el significado puede emerger a través de una constelación (otra palabra clave de Benjamin) de pequeños descubrimientos: una sonrisa amable, una historia olvidada, un atardecer reflejado fugazmente en una ventana de la ciudad.
Difuminando las fronteras
Quizás el flâneur y el peregrino no sean tan diferentes después de todo. Ambos son buscadores que caminan como una forma de conectar con el mundo y explorar la relación entre el yo y el espacio. Al adoptar algunos elementos de la flânerie—curiosidad, apertura y disposición a sorprenderse—la peregrinación se transforma en algo menos centrado en metas y más en el simple hecho de caminar.
En nuestra cultura acelerada y obsesionada con los destinos, el híbrido flâneur-peregrino ofrece una perspectiva refrescante: la de desacelerar, deambular con propósito pero sin expectativas, y dejar que el viaje sea su propia recompensa. Ya sea paseando por las calles de París (como hizo Benjamin) o por tu propio barrio, la práctica de la peregrinación urbana te invita a redescubrir lo sagrado en el simple acto de estar presente, paso a paso.