Pocos árboles en el mundo han tejido su historia junto a la del ser humano como lo ha hecho el olivo (Olea europaea). Con raíces hundidas en la tierra desde tiempos inmemoriales, este árbol milenario es más que un simple cultivo en Jordania: es identidad, legado y sustento.
Los orígenes del olivo se pierden en el entramado del tiempo, pero muchas teorías coinciden en señalar a la región que hoy comprende Siria, Palestina, Líbano y Jordania como su cuna ancestral. Desde aquí, esta especie indomable inició su expansión, convirtiéndose en un emblema de la Cuenca Mediterránea.
Raíces antiguas
Sin embargo, pocos lugares pueden presumir de custodiar olivos que han desafiado los siglos como lo hace Jordania. Entre sus colinas y valles aún resisten ejemplares que fueron testigos de la época romana, auténticos monumentos vivientes que han visto imperios levantarse y caer.

Algunos de estos ancianos de madera y savia, como los majestuosos olivos de Al-Duwaireh, cerca de Madaba, o los de Ajloun, Jerash y Salt, han cumplido más de 2.000 años, permaneciendo en pie como guardianes de una historia que sigue latiendo.
Pero la presencia del olivo en esta tierra se remonta aún más atrás. Excavaciones arqueológicas en la mística Wadi Rum, en una colaboración entre equipos jordanos y franceses, revelaron la existencia de restos carbonizados de olivo de hace más de 7.000 años. Desde entonces, la huella de este árbol ha quedado impresa en cada rincón del territorio, con almazaras descubiertas en yacimientos de todas las épocas, confirmando su papel esencial en la vida de las civilizaciones que han habitado la región.
Un símbolo de vida y espiritualidad
Para los jordanos, el olivo no es solo un árbol; es un símbolo sagrado, un lazo entre lo terrenal y lo divino. Aparece en las escrituras sagradas de distintas tradiciones religiosas y se le han atribuido múltiples significados: paz, sabiduría, purificación, fertilidad y poder. Desde tiempos remotos, su fruto ha sido una fuente invaluable de riqueza y bienestar, proporcionando aceite para iluminar hogares, dar calor, alimentar cuerpos y sanar dolencias.
Este vínculo cultural es tan fuerte que, en la actualidad, los olivares dominan el paisaje agrícola de Jordania. Representan el 80% de los árboles cultivados en el país y son el sustento de más de 80.000 familias. Sus variedades autóctonas, Nabali y Rasie, han sido cultivadas durante siglos, mientras que la variedad Souri, que prospera en Ajloun y Jerash, es apreciada por su perfil sensorial inigualable.
Guardianes del paisaje y el futuro

El olivo no solo ha moldeado la historia y la identidad jordana; también es un pilar en la lucha contra la desertificación. En una tierra donde los bosques son casi inexistentes, los olivares actúan como barreras naturales contra la erosión del suelo, protegiendo la tierra durante la temporada de lluvias y asegurando la estabilidad de los frágiles ecosistemas locales.
Además, ofrecen espacios de recreación y conexión con la naturaleza, convirtiéndose en oasis de verdor en un entorno árido.
La producción de aceite de oliva en Jordania ha experimentado un auge notable en las últimas décadas, permitiendo que su prestigioso oro líquido traspase fronteras. Desde el año 2000, el país ha logrado consolidarse en el mercado internacional con un aceite de oliva extra virgen de calidad excepcional.
Con notas de aceituna madura, toques de manzana y frutas dulces, y una suavidad casi libre de amargor, este aceite es altamente valorado en el sector gourmet y en la industria del bienestar y la cosmética.
Una tradición que se reinventa
En Jordania, el aceite de oliva no es solo un producto, es un legado que fluye de generación en generación. Es el reflejo de una tierra que equilibra lo antiguo con lo moderno, lo sagrado con lo cotidiano. Cada gota de su aceite encierra la historia de un pueblo que, entre rituales y cosechas, ha sabido preservar la esencia de su identidad en la humilde y poderosa oliva.