A lo largo del legendario Camino de Santiago, donde la arquitectura, la geografía y el ir y venir de los peregrinos se entretejen en una narrativa de siglos, pocos pueblos encarnan con tanta fuerza la fusión entre la función práctica y el folclore como Santo Domingo de la Calzada.
Ubicado en la región de La Rioja, en el norte de España, este pueblo modesto pero de arquitectura notable está marcado de forma indeleble por una de las leyendas más perdurables del Camino: el milagro de la gallina y el gallo.
Una leyenda con consecuencias legales
La leyenda, documentada desde el siglo XIV, cuenta la historia de una familia alemana que peregrinaba hacia Santiago de Compostela. Durante su paso por Santo Domingo, el hijo adolescente fue falsamente acusado por la hija despechada de un mesonero – de robo o de comportamiento impropio, según la versión – y condenado a la horca por las autoridades locales.

Lo que ocurrió después escapa del ámbito judicial y entra en el terreno del milagro. Al regresar de su peregrinación, los padres del muchacho lo encontraron con vida, milagrosamente sostenido por Domingo de la Calzada, el ermitaño y santo local, conocido por su labor en favor de los peregrinos, tanto en lo espiritual como en lo práctico.
Cuando los padres, asombrados, informaron al corregidor – que en ese momento estaba comiendo aves asadas – este desestimó su historia con escepticismo: “Su hijo está tan vivo como estos pollos en mi plato”. Fue entonces cuando, según la leyenda, la gallina y el gallo asados se levantaron, sacudieron sus plumas y cantaron.
Justicia, falso testimonio y memoria colectiva
La historia funciona como una parábola contra la falsa acusación y la justicia arbitraria – temas profundamente resonantes en un mundo medieval regido por estructuras legales frágiles y apelaciones divinas. La peregrinación, a menudo ligada a la penitencia y a la demostración de fe, se convierte así en un espacio donde la justicia, aunque escasa en los tribunales, podía aún manifestarse por medios sobrenaturales.
Pero la leyenda cumple también otra función: vincula la identidad del pueblo con el Camino de forma duradera. El milagro no es solo una anécdota; está incrustado en el tejido urbano y cultural de Santo Domingo.
Símbolos vivientes: Gallinas en la catedral

Quienes visitan hoy la Catedral de Santo Domingo de la Calzada pueden encontrar dentro del templo un gallinero con una gallina y un gallo vivos – una tradición mantenida durante siglos. Los peregrinos suelen detenerse ante las aves, que se alternan semanalmente con otra pareja alojada en un lugar cercano, como parte de un ritual que combina el cuidado animal con la representación cultural. El interior también alberga esculturas y pinturas que narran la leyenda, otorgándole permanencia espacial.
Estas aves son más que recuerdos de una historia: se han convertido en agentes del imaginario local. Tiendas, restaurantes y hostales hacen uso del símbolo del milagro. Galletas con forma de gallina, posadas llamadas El Gallo y letreros con aves cantoras perpetúan el vocabulario visual de la leyenda. El cuento se convierte en un recurso mnemotécnico – no solo para la historia, sino para el propio pueblo.
Santo Domingo y la construcción del Camino
Detrás del milagro se encuentra la figura histórica de Domingo de la Calzada (1019–1109), un personaje local que construyó puentes, caminos y un hospital de peregrinos en una zona que antaño era intransitable. El milagro cobra así una dimensión mayor al entenderse en este contexto: un pueblo fundado no solo en nombre, sino en función, por alguien cuya obra giró en torno a la hospitalidad, la infraestructura y el cuidado de los viajeros.
Esta coherencia entre la historia física del lugar y sus tradiciones narrativas genera una forma de identidad cultural profundamente integrada. A diferencia de las reliquias importadas o los milagros abstractos, esta leyenda es específica del lugar – solo pudo haber ocurrido aquí, y continúa definiendo este “aquí” tanto simbólica como materialmente.
El folclore como orientación
En un sentido más amplio, historias como esta ofrecen algo más que entretenimiento o creencia; actúan como herramientas de orientación en el Camino. Diferencian una etapa de otra, transformando cada parada en una estación narrativa dentro de una ruta donde la repetición podría, de otro modo, diluir el significado.
Santo Domingo de la Calzada no es solo un lugar de paso; es una historia habitada, que los peregrinos interiorizan, repiten y transmiten.