Estamos en Umán, Ucrania, en septiembre de 2024. El cielo está gris. Una sirena antiaérea rompe la calma del amanecer, seguida por el eco lejano de una explosión. Un enjambre de hombres vestidos de blanco —kipá, barbas rizadas, algunos con talit sobre los hombros— avanza por una calle de adoquines. Caminan rápido, no por miedo, sino por devoción. Cantan. Algunos rezan en voz alta. Otros danzan suavemente mientras bajan hacia el río para el ritual del Tashlij, el acto simbólico de arrojar los pecados al agua.
A lo lejos, un dron militar sobrevuela la ciudad. Un soldado ucraniano vigila discretamente desde la esquina. La guerra está cerca, pero ellos no han venido a esconderse. Han venido a rezar.
A pesar de las advertencias oficiales, de las fronteras cerradas, del peligro real y de los toques de queda, más de 35.000 peregrinos judíos viajaron en 2024 a Uman, en el centro de Ucrania, para celebrar el Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, junto a la tumba de su líder espiritual, el Rebe Najman de Breslov. En medio de una guerra que ya ha devastado regiones enteras del país, esta peregrinación no se ha interrumpido. Al contrario: se ha convertido en un fenómeno aún más resiliente y simbólico.
¿Qué mueve a tantos hombres —la mayoría israelíes, pero también estadounidenses, franceses, latinoamericanos— a cruzar Europa, desafiar el miedo y reunirse en una ciudad de provincias en la Ucrania profunda para pasar allí dos días rezando, cantando y bailando? ¿Qué historia, qué llamado, qué creencia hay detrás de este acto de fe?
¿Qué es Rosh Hashaná y por qué miles viajan para celebrarlo?
Para entender el sentido de esta peregrinación, conviene detenerse un momento en el calendario y en la tradición que la sostienen.
Rosh Hashaná —literalmente “cabeza del año”— es el Año Nuevo del calendario hebreo, una festividad solemne que marca el inicio de un período de introspección y juicio espiritual que culmina diez días después con Yom Kipur, el Día del Perdón. Según la tradición judía, en estos días se revisan los actos del año anterior y se abre una nueva oportunidad para corregir, pedir perdón y renovarse.
Para los jasidíes de Breslov —una corriente mística dentro del judaísmo ortodoxo—, esta fecha tiene un significado aún más profundo. Su líder, Rebe Najman, enseñó que Rosh Hashaná era el momento clave para la renovación del alma. Por eso pidió a sus seguidores que viajaran para estar con él, en vida y después de su muerte, cada Año Nuevo, para sellar juntos ese momento trascendente.
Una comunidad nacida en Ucrania
Los protagonistas de esta historia pertenecen a los jasidíes de Breslov, una de las muchas ramas del jasidismo, un movimiento místico y popular nacido en el siglo XVIII en estas mismas tierras del este de Europa.
El jasidismo fue una revolución interior dentro del judaísmo. Fundado por el Baal Shem Tov, un sanador y maestro itinerante que vivió en la actual Ucrania occidental, el movimiento defendía una espiritualidad accesible, emocional y cercana al pueblo llano. En lugar de centrarse solo en los sabios y estudiosos, promovía la alegría, el canto, la oración fervorosa y el sentido de lo divino en cada acto cotidiano.
Esta espiritualidad venía acompañada de una estética distintiva. La mayoría de los jasidíes se visten siguiendo códigos heredados del siglo XIX: sombreros de ala ancha o shtreimel (sombreros de piel usados en festividades), caftanes largos (bekishe), pantalones oscuros, camisas blancas y barbas sin cortar. Muchos llevan también los peiot (rizos laterales) enmarcando el rostro, en cumplimiento de preceptos religiosos.
En el caso de los jasidíes de Breslov, algunos combinan esta imagen tradicional con un espíritu algo más informal: durante la peregrinación a Uman es habitual ver a jóvenes con kipás tejidas, mochilas al hombro, ropa blanca para las celebraciones y cantos espontáneos por las calles. La imagen resulta, a ojos de muchos locales, una mezcla entre peregrinación y festival.
A diferencia de otras ramas jasídicas, los Breslovers no tienen un líder vivo. Su figura central, Rebe Najman de Breslov (1772–1810), sigue siendo su guía eterno, incluso más de dos siglos después de su muerte.
Rebe Najman y la historia de una tumba convertida en destino
Rebe Najman pidió ser enterrado en Uman, una ciudad que había sido escenario de masacres contra judíos en el siglo XVIII. Quería descansar entre los mártires. Pero también pidió algo más: que sus discípulos vinieran a verlo cada Rosh Hashaná. “Mi Rosh Hashaná lo es todo”, dijo. Desde entonces, la peregrinación anual se convirtió en un acto central para su comunidad.
Tras su muerte en 1810, su discípulo Reb Noson organizó la primera peregrinación oficial. Durante décadas, Breslov fue una pequeña pero fervorosa corriente dentro del jasidismo, sin líder vivo pero con una mística poderosa. El paso del tiempo y las tragedias de la historia no apagaron la llama. Ni los pogromos del siglo XIX, ni la represión soviética, ni la Shoá acabaron con la práctica. Incluso durante el comunismo, pequeños grupos de jasidim cruzaban clandestinamente la frontera para rezar en secreto junto a la tumba de su Rebe.
Cuando cayó la URSS, las puertas se abrieron. Lo que había sido una cita para decenas se convirtió en una movilización de miles. En 2000 ya superaban los 10.000 peregrinos. En 2018 llegaron 40.000. Hoy, en pleno conflicto armado, las cifras apenas han menguado.
Rabbi Nachman of Breslov: Pilgrimage, Memory, and the Uman Gathering
Una ciudad que se transforma
Durante los días de Rosh Hashaná, Uman deja de ser Uman. Barrios enteros se cierran al tráfico. Las casas se alquilan a precios exorbitantes. Los carteles en cirílico son reemplazados por otros en hebreo. Se habilitan hospitales de campaña, comedores kosher, y hasta una sucursal consular de Israel.
La peregrinación no es una experiencia silenciosa. Es ruido, movimiento, abrazos, lágrimas, bailes, shofar sonando, cánticos colectivos. Es también conflicto: los vecinos locales a menudo se quejan del desorden, del comercio informal, de los excesos de algunos peregrinos jóvenes que convierten las noches en fiestas sin control. El Estado de Israel ha tenido que desplegar agentes policiales propios en la ciudad para contener los disturbios.
Pero más allá del caos, hay una atmósfera casi mística en Uman durante esos días. Los rezos se multiplican en decenas de idiomas. Se imparten clases de Torá al aire libre. En cada esquina hay un grupo cantando. La ciudad —en medio de la guerra— se convierte en un lugar de esperanza.
Peregrinar frente al peligro
Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, muchos pensaron que la peregrinación sería suspendida. Las autoridades ucranianas, incluso, pidieron explícitamente que no se celebrara. El país estaba bajo ley marcial. Uman no es una ciudad lejana del frente: ha sufrido ataques con misiles. Y sin embargo, en 2022, 23.000 peregrinos llegaron igualmente. En 2023, más de 30.000. En 2024, la cifra volvió a superar los 35.000.
¿Cómo lo hacen? Viajan a Polonia, Moldavia o Rumanía. Desde allí cruzan por tierra, durante jornadas interminables en buses. Algunos tienen miedo, otros no. Un joven israelí entrevistado en 2024 lo resumió así:
“La guerra no me asusta. Yo también vengo de un país en guerra. Vine porque aquí está mi alma.”
La peregrinación ha entrado incluso en el terreno de la diplomacia. En 2024, se reveló que Israel había facilitado el envío de misiles Patriot a Ucrania a través de EE. UU., y que la autorización tácita para que la peregrinación se realizara estaba sobre la mesa como parte de la negociación. El kibutz jasídico —acto profundamente espiritual— se convirtió también en una pieza del ajedrez geopolítico.
Uman como brújula espiritual
La imagen de miles de personas rezando bajo la amenaza de los bombardeos puede parecer surrealista. Pero en Uman se ha convertido en un ritual de desafío y renovación. A la sombra de la guerra, la peregrinación afirma la continuidad, no a través de la ideología, sino mediante la acción compartida.
El Rebe Najman no prometió milagros ni seguridad. Ofreció una visión: que cada alma merece ser redimida. Ese mensaje, transmitido a lo largo de los siglos y en medio de los conflictos, sigue atrayendo cada año a miles de personas a este rincón de Ucrania.
Cada Rosh Hashaná, Uman se transforma en un punto de referencia de la resiliencia humana. Entre sirenas e incertidumbre, es un lugar donde las personas se reúnen para volver a empezar.