Tiene el aspecto del brioche francés: dulce, aromático y generalmente hecho de masa trenzada a base de harina, huevos, azúcar y miel. Pero tiene una diferencia fundamental, marcada por el kashrut: no lleva lácteos. Ni mantequilla ni leche. Se trata del jalá (o challah), el pan de las grandes festividades judías, y para que sea adecuado para la celebración, la persona que lo haya preparado tiene que apartar algo de la masa, en recuerdo del diezmo que se daba a los levitas.
Se trata de una de las muchas aportaciones de la tradición judía a la gastronomía mundial, aunque mucho menos conocida que otra delicatessen de la panadería: el bagel, traído por los inmigrantes ashkenazim a Nueva York, y popularizado gracias a ellos en el mundo entero. Al igual que éste, el jalá suele adornarse de semillas de amapola o sésamo, en recuerdo del maná que llovió sobre los israelitas que peregrinaban en el desierto rumbo a la Tierra Prometida. Un sutil y delicioso recordatorio de lo que peregrinar significa para un judío creyente, aún hoy.
El jalá es el pan clásico de la mesa de Shabbat. Pero el de Rosh Hashanah, el año nuevo judío, que comienza a mediados de septiembre, es un jalá especial. No solo por su forma (trenzado y dispuesto como una circunferencia), sino por sus ingredientes: debe llevar uvas pasas distribuidas en la masa, y se come bañado en miel.
¿Por qué una circunferencia? Es bastante común que el ciclo de la vida y del año solar se representen de esta forma: corresponde al ciclo de las estaciones que se renueva, al ciclo de la vida, y a la rueda de la fortuna (nadie sabe a ciencia cierta qué nos deparará el año que comiensa). Pero, además, el jalá de Rosh Hashanah, según el famoso rabino Moises Sofer, es signo de las bendiciones que el Cielo reserva para el año que empieza. De ahí también la presencia de las pasas y la miel.
Rosh Hasanah es mucho más que una celebración de año nuevo como simple fecha del calendario. La fiesta encierra un profundo significado espiritual: se supone que Rosh Hashanah es el día en el que Adán y Eva vinieron a la vida. Antes de que hubiese una presencia humana en el mundo ¿quién contaría los días? En contraste, en año nuevo se recueda además la eternidad divina, sin principio ni fin. De hecho, la liturgia judía de ese día tiene que ver con la coronación de Dios como rey de todo lo creado –y por ello, el jalá, redondo como es, recuerda a una corona.
No por casualidad, el jalá redondo mojado en miel se come durante la semana siguiente, en la que se celebra otra importante fiesta judía: Sukkot. Haciendo memoria de su pasada peregrinación de cuarenta años por el desierto, cada familia sale de casa y durante siete días acampa en una tienda, en el jardín o en el campo. Antiguamente, todo el pueblo iba de peregrinación a Jerusalén por esas fechas, hasta el punto de que el país quedaba literalmente vacío. Y el jalá lleno de miel es un símbolo de la dulce meta al final de la peregrinación. No sólo de la peregrinación física, sino también de la peregrinación que es la vida de cada uno.