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Peregrinación y autoestima: Caminando hacia la confianza

Un cartel en la antigua ruta de Borres vía Hospitales a Berducedo, Camino Primitivo Martin Schuetz - Shutterstock
Un cartel en la antigua ruta de Borres vía Hospitales a Berducedo, Camino Primitivo Martin Schuetz - Shutterstock

Desde los senderos de Santiago hasta las montañas del Himalaya, caminar hacia una meta sagrada transforma más de lo que imaginamos.

Caminar durante días, semanas o incluso meses. Con una mochila a la espalda y el silencio como compañero. Quienes emprenden un peregrinaje lo hacen por motivos diversos: espirituales, terapéuticos, existenciales. Pero casi todos, al regresar, hablan de una transformación interior.

No se trata únicamente de fe. El verdadero destino muchas veces no es visible: se trata de reencontrarse con uno mismo, construir confianza, salir de una versión frágil o incierta de la propia identidad. El camino, etapa tras etapa, se convierte en un proceso de reconstrucción de la autoestima.

Un rito que atraviesa la historia y la psique

El peregrinaje es tan antiguo como la humanidad. Lo practicaban egipcios, griegos y romanos. Desde hace siglos, los fieles se dirigen a lugares sagrados como Compostela, La Meca, Jerusalén, el monte Kailash o el santuario de Guadalupe. Pero hoy, entre los peregrinos, también hay ateos y agnósticos. Porque lo que impulsa el paso no siempre es encontrar a Dios. Muchas veces es un vacío que llenar, una herida que sanar o una fuerza nueva que encontrar.

Según los antropólogos, el peregrinaje es un rito de paso: interrumpe la continuidad de la vida cotidiana y abre un espacio liminal, suspendido. En ese espacio —sin roles, estatus ni control— las personas se repiensan. Y, caminando, cambian.

Autoestima y peregrinaje: ¿qué ocurre en la mente?

Quien camina en un peregrinaje no solo activa sus músculos. También pone en marcha mecanismos psicológicos profundos.

1. Superar el cansancio genera confianza

Cada día es un desafío: pies hinchados, espalda dolorida, tormentas, soledad, imprevistos. Pero cada día, quien sigue caminando supera un límite. Y eso, con el tiempo, transforma la percepción que uno tiene de sí mismo.

La psicología denomina a este fenómeno “aumento de la autoeficacia”: la convicción de poder enfrentar las dificultades. Es la base de la verdadera autoestima. No se trata de creerse bueno, sino de saber que uno es capaz.

2. Caminar a solas ayuda a escucharse

Lejos de notificaciones, del tráfico y de las presiones sociales, el peregrinaje permite redescubrir el silencio. Y en el silencio, emerge la voz interior. Caminar en soledad durante horas ayuda a ordenar los pensamientos, a discernir lo que de verdad importa, a reconciliarse con zonas oscuras.

Muchos relatan decisiones tomadas en el camino, dolores soltados, intuiciones que llegaron sin esfuerzo. Como si el cuerpo, avanzando, guiara a la mente hacia nuevas rutas.

3. El encuentro con los demás te devuelve valor

El peregrinaje también es encuentro. Con desconocidos que se vuelven compañeros. Con rostros que escuchan sin juzgar. Con historias que reflejan la propia o la desafían.

Ser acogido, ayudado, escuchado —aunque solo sea por unos minutos— refuerza la percepción del propio valor. Se forma parte de una comunidad efímera pero auténtica. Y uno se siente menos solo.

Caminar para sanar: el poder terapéutico del peregrinaje

Muchas personas comienzan un peregrinaje tras una pérdida, un trauma o una crisis personal. Para algunas, es una alternativa a la psicoterapia. Para otras, una forma activa de duelo, transformación o renacimiento.

Un ejemplo emblemático es el Camino de Santiago, que cada año atrae a decenas de miles de personas de todo el mundo. No todas son creyentes. Pero casi todas, al final, hablan de un cambio personal profundo.

Caminar se convierte en metáfora del viaje interior: se parte con cargas, se llega más ligero. No solo físicamente, también en el alma.

Estudios científicos: evidencias concretas del cambio

En los últimos años, diversos estudios han analizado los efectos del peregrinaje en la salud mental y la autoestima.

Uno de los más citados fue realizado por la Universidad de Würzburg, en Alemania, con 105 peregrinos del Camino de Santiago. Los resultados mostraron un aumento significativo de la autoestima, la resiliencia y la satisfacción con la vida.

Otros estudios españoles señalan que cerca del 70 % de los peregrinos dicen “sentirse más fuertes y centrados” después de la experiencia. Muchos afirman haber mejorado la relación consigo mismos, tener más confianza en sus decisiones y vivir con menos ansiedad.

Estos efectos no son pasajeros: se mantienen incluso meses después del regreso.

El cuerpo como aliado: una nueva percepción de uno mismo

Otro aspecto transformador del peregrinaje tiene que ver con el cuerpo. En una sociedad que lo juzga por su estética, en el camino se redescubre como herramienta funcional. No necesita ser bonito: necesita resistir.

Y cuando resiste, tras horas de caminata, bajo el sol o la lluvia, surge una gratitud nueva. El cuerpo deja de ser enemigo. Se convierte en cómplice, amigo, hogar.

Para quienes han vivido con inseguridad corporal, trastornos alimentarios o autocrítica constante, esta reconciliación es un regalo inesperado.

El difícil regreso: integrar la experiencia

Cuando el peregrinaje termina, se vuelve a casa. Pero ya no se es el mismo. Y aquí comienza el reto: ¿cómo mantener vivo lo aprendido?

Muchos ex peregrinos relatan un sentimiento de desconcierto en los días posteriores. La necesidad de ir más despacio, el rechazo a lo superficial, el deseo de autenticidad.

Hay quienes cambian de trabajo. Otros dejan una relación. Algunos comienzan a cuidarse de forma distinta. El peregrinaje no acaba en la meta. Continúa en la forma en que uno mira el mundo.

Peregrinaje laico: buscarse a uno mismo, no algo sagrado

Cada vez más personas emprenden rutas de peregrinación sin motivaciones religiosas, pero con una fuerte dimensión espiritual.

La necesidad de desacelerar, de dar sentido al caos, de reconectarse con uno mismo, es universal. Y el peregrinaje ofrece eso: una estructura ancestral, un ritmo natural, un objetivo claro.

Por eso surgen nuevos caminos también en contextos laicos: la Via degli Dei, la Via Francigena, los caminos de Cerdeña. Rutas antiguas que resurgen para responder a necesidades modernas.

Caminar para reencontrarse

El peregrinaje es un viaje hacia afuera que conduce, inevitablemente, hacia dentro. Una forma de romper rutinas, poner a prueba los propios recursos, enfrentar lo desconocido y descubrir que no es tan aterrador.

Caminar durante días, sin saber dónde se dormirá, a quién se encontrará o qué se sentirá, es un acto de confianza. Y de esa confianza —construida paso a paso— nace una nueva imagen de uno mismo.

El peregrinaje no transforma a todos por igual. Pero en casi todos deja una semilla. Un sentimiento de fuerza silenciosa. Una certeza: «puedo hacerlo».

Y para quien ha vivido demasiado tiempo sintiéndose frágil o inadecuado, eso es un regalo inmenso. Tal vez el mayor de todos los que se recogen en el camino.

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