By Nheyob – Own work, CC BY-SA 4.0
A san Benito de Nursia, padre del monaquismo occidental, se le suele representar con dos elementos un tanto curiosos: una copa rota y un cuervo negro. Pero no son para tomarlos a broma. Los dos son pruebas, como en una novela de detectives, de sendos intentos de asesinato por envenenamiento.
Los hechos los narra un cronista de excepción: Nada menos que el Papa Gregorio Magno, el famoso promotor del canto gregoriano y de la doctrina del purgatorio. El famoso Papa dedicó el segundo de sus Libros de los Diálogos a contar la vida y milagros de san Benito, por quien sentía gran admiración personal.
Por él sabemos que Benito, que había vivido como ermitaño en el Sacro Speco de Subiaco por tres años, fue presionado por una comunidad de monjes cercana a ser su abad, después de la muerte del anterior. Benito no estaba nada a gusto con la petición, aunque la aceptó, y al poco tiempo sus intuiciones se demostraron certeras.
Primer intento de asesinato
El convento de San Cosimato, en Vicovaro, se alcanza en la décima jornada del Camino de San Benito, que recorre los lugares de la vida del santo desde Nursia, su ciudad natal, hasta la gran abadía de Montecassino. Hoy es un lugar de retiro vinculado a la espiritualidad franciscana, con una agradable hospedería y unas magníficas vistas.
Junto al convento, en cuevas talladas en la roca, se encuentra hoy el antiguo cenobio en el que sucedieron los dramáticos hechos. Se pueden visitar bajando por unas escaleras de piedra en la ladera del monte sobre el curso del río Aniene, junto a los restos de sendos acueductos romanos.
En esta gruta residía la pequeña comunidad de monjes de la que Benito aceptó ser abad. Pero nuestro protagonista era un hombre estricto que no toleraba deslices en la vida espiritual, y así se gestó la tragedia.
Los hermanos de quienes se había hecho cargo, insensatamente enfurecidos, empezaron a acusarse a sí mismos por haberle pedido que los gobernara, ya que su vida torcida estaba en pugna con aquella norma de rectitud. Dándose cuenta de que bajo su gobierno no se les permitirían cosas ilícitas, se dolieron de tener que renunciar a sus costumbres, y les pareció demasiado duro verse obligados a aceptar cosas nuevas con su espíritu envejecido. Puesto que la vida de los buenos resulta intolerable a los de costumbres depravadas, empezaron a tramar el modo de darle muerte. (Libro II de los Diálogos)
Obcecados, los insensatos monjes echaron veneno en la copa de vino de Benito, y se la ofrecieron para la bendición de costumbre. Pero al hacer la señal de la cruz, la copa milagrosamente se rompió en pedazos, y Benito comprendió lo que había pasado. Así que con la serenidad de un Poirot les echó en cara su crimen frustrado y les abandonó, volviendo a la soledad de Subiaco.
Segundo intento de asesinato
Pero Benito no estaba destinado a tener una existencia tranquila como ermitaño apartado del mundo. Allí en Subiaco, conforme crecía su fama de santidad y aumentaba el número de los discípulos, el sacerdote de la iglesia cercana empezó a sentir hacia el santo una envidia mortal.
Florencio, este sacerdote, intentó tentarle con mujeres, y empezó a difamar a Benito a diestro y siniestro. Como no conseguía nada, en un arranque de celos, le regaló un pan bendecido envenenado. Benito se dio cuenta de lo que pretendía el asesino y ordenó a un cuervo, que solía visitarlo en su celda, que tomara el pan y se lo llevara bien lejos donde nadie pudiera encontrarlo.
Entonces el cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a revolotear y a graznar alrededor del pan, como si dijera a las claras que sí quería obedecer, pero no podía cumplir lo mandado. Mas el hombre de Dios le ordenaba una y otra vez: “Llévalo, llévalo tranquilo, y arrójalo donde nadie pueda encontrarlo”. Tras larga vacilación, al fin el cuervo lo agarró con el pico, lo levantó y desapareció. (Libro II de los Diálogos).
Ambos elementos, la copa rota y el cuervo negro, quedaron desde entonces vinculados a la memoria del santo y su poder de resistir al mal. La narración de los Diálogos sigue con la compasión de Benito hacia su frustrado asesino, y la muerte trágica de éste al derrumbarse de repente la terraza en la que estaba.
Este segundo episodio tuvo lugar en los alrededores de Subiaco, donde florecieron varios cenobios en torno a la gruta del Sacro Speco. Hoy quedan solo dos, convertidos en bellísimos edificios: el Monasterio de San Benito, con la gruta en su interior, y el de Santa Escolástica, su hermana también eremita. Un lugar impregnado de serenidad y belleza, que bien merece una visita.
Todos estos lugares forman parte del Camino de San Benito. Descubre más aquí: