Todo comenzó en Alba, Piamonte. Era la década de los años cincuenta. En esta pequeña ciudad del norte de Italia, fría y envuelta en niebla, famosa por sus trufas blancas y sus paisajes de postal, un joven pastelero llamado Pietro Ferrero trabajaba sin descanso en su obrador. Estaba a punto de inventar una crema untable a base de avellanas que compensaría la escasez de cacao en la posguerra, cambiando para siempre los hábitos alimenticios de Europa. Aquella crema se llamaría Nutella y haría multimillonaria a su familia.
Pero la historia que hoy quiero contarte no es la de la Nutella. Es la historia de otro producto de la casa Ferrero. Más pequeño, más crujiente. Un dulce que, a diferencia de la Nutella, no se unta, sino que se desenvuelve con cuidado, como se haría con un objeto preciado. Un bombón esférico cubierto por un brillante envoltorio dorado, colocado en un pequeño molde marrón, con la elegancia de quien ha sido invitado a una gala.
Ferrero Rocher: el bombón que se convirtió en emblema del “lujo accesible” durante los años ochenta y noventa, presente en todas las comidas navideñas, visitas diplomáticas y regalos de último minuto.
Lo que pocos saben es que tras ese envoltorio brillante no se esconde solo una brillante estrategia comercial. Hay una promesa. Una devoción íntima. Y un lugar muy concreto: Lourdes.
Un hombre, una fábrica, una fe

Michele Ferrero, hijo de Pietro, heredó el imperio chocolatero y lo llevó a convertirse en una marca global. A diferencia de otros grandes empresarios del sector alimentario, Michele era extremadamente discreto. Hablaba poco con la prensa, no daba entrevistas. Pero quienes lo conocían bien sabían una cosa: su profunda fe católica, y en particular, su devoción por la Virgen de Lourdes.
Cada año organizaba peregrinaciones a Lourdes para sus empleados y sus familias, cubriendo todos los gastos personalmente: transporte, alojamiento, manutención. Una tradición que el grupo Ferrero continúa manteniendo incluso después de su fallecimiento en 2015.
En una entrevista de 2011, un colaborador reveló que todas las fábricas de Ferrero en el mundo tienen una estatua de la Virgen de Lourdes a la entrada. En una carta dirigida a sus trabajadores, Michele escribió:
“Todo lo que hemos logrado se lo debemos a la Virgen.”
Y es precisamente de Lourdes de donde procede el nombre “Rocher”.
El nombre oculto bajo el papel dorado
En francés, rocher significa “roca”. Quienes han visitado el santuario de Lourdes saben que en el corazón de esta devoción mariana hay una gruta excavada en una pared rocosa, donde en 1858 una joven pastora de 14 años, Bernardita Soubirous, afirmó haber visto a la Virgen María. Ese lugar es conocido como la Gruta (Rocher) de Massabielle. En Francia, el nombre evoca de inmediato a Lourdes.
Llamar “Ferrero Rocher” a un bombón puede parecer una elección estilística, un guiño de marketing que evoca sofisticación francesa. Pero para Michele Ferrero, ese nombre era un homenaje. Un acto de agradecimiento. Una forma de consagrar incluso un producto mundano —un dulce de supermercado— a una dimensión espiritual.

La elegancia de la devoción
¿Y qué tiene que ver todo esto con el aspecto del bombón? Mucho más de lo que parece. El envoltorio dorado, semejante a un pequeño lingote, y el molde marrón recuerdan casi a una reliquia. Su forma irregular y esférica —con trozos de avellana, una capa crujiente y una crema de chocolate en su interior— remite vagamente a una piedra natural, quizás incluso a una roca sagrada.
Incluso su presentación en cajas transparentes, perfectamente ordenadas y moduladas, tiene algo de ritual, como si fueran objetos preciosos dispuestos para la contemplación.
Lourdes: más allá de los milagros
Para quienes no lo conozcan: Lourdes es una ciudad a los pies de los Pirineos, en el sur de Francia. Es uno de los destinos de peregrinación católica más importantes del mundo, con más de tres millones de visitantes al año, atraídos por la promesa de sanación física y espiritual. El agua de su fuente milagrosa se embotella y se distribuye por todo el planeta.
Sin embargo, Lourdes también es una ciudad bulliciosa, llena de tiendas, hoteles, velas y oraciones multilingües; un lugar donde la espiritualidad y el comercio a menudo conviven. Para Michele Ferrero, sin embargo, Lourdes nunca fue algo comercial. Era un lugar de profundo significado personal, un refugio para la oración, lejos de las cámaras y las multitudes.
Secretos y dulzura: el misterio Ferrero
Quienes trabajan en Ferrero saben bien que la empresa es extremadamente reservada. Las recetas se guardan con el mismo celo que los códigos nucleares. Los procesos de producción —en especial los del Rocher— son tan sofisticados que durante años nadie logró replicarlos, a pesar de numerosos intentos.
Según se afirma, Ferrero desarrolló una máquina única para crear la esfera hueca rellena con una avellana entera y recubrimiento crujiente. Esa invención fue clave para el éxito del producto.
Pero hay quienes consideran que esta atención al detalle no responde solo a criterios industriales, sino también espirituales. Como si cada bombón fuese un pequeño gesto ritual.
Un pequeño lujo para todos
Lanzado en 1982, el Ferrero Rocher encontró su lugar en una franja peculiar del mercado: no era un bombón de alta gama, pero tampoco uno común. Era refinado, pero accesible. Cualquiera podía comprarlo, pero daba la sensación de ser un regalo especial. Un pequeño lujo cotidiano.
En cierto modo, fue un milagro laico: una idea nacida de la fe personal convertida en un éxito global. Sin proclamarlo. Sin utilizar la religión como reclamo publicitario. Un milagro silencioso, fiel al carácter reservado de su creador.
¿Es un bombón solo un bombón?
La próxima vez que abras una caja de Ferrero Rocher, piensa en toda la historia y el significado que esconde. El verdadero misterio no está en su sabor ni en su receta. El verdadero misterio es cómo un hombre logró convertir un acto de fe en un producto universal, sin perder jamás el alma en el intento.
Michele Ferrero falleció en 2015, a los 89 años. Gran parte de la ciudad de Alba acudió a su funeral. Entre los cantos litúrgicos, resonaron también himnos marianos.
Hoy, el grupo Ferrero es uno de los mayores conglomerados del mundo en el sector de los dulces, con marcas como Kinder, Tic Tac y Nutella. Cada año, miles de empleados de Ferrero continúan peregrinando a Lourdes. En silencio. Sin publicidad.