La figura de Dōgen Kigen (1200–1253 d.C.) ocupa un lugar clave en la evolución del budismo japonés. Aunque a menudo se le menciona como el “fundador del Zen japonés”, esta etiqueta simplifica tanto su papel dentro de la tradición budista como la compleja historia de la transmisión del budismo a lo largo de Asia.
Dōgen no fundó el budismo en Japón —presente desde siglos antes de su nacimiento—, pero sí redefinió profundamente su práctica a través de la creación de la escuela Sōtō del Zen. Su enfoque se basó en la experiencia personal, la reflexión filosófica rigurosa y un regreso a lo que consideraba el núcleo auténtico de la enseñanza del Buda.
Vida y legado de Dōgen

Dōgen nació en el seno de una familia aristocrática de Kioto en el año 1200, en un periodo de inestabilidad política y transformación cultural en Japón. Huérfano desde joven, ingresó en la vida monástica en el monte Hiei, centro de la influyente escuela Tendai.
Sin embargo, pronto se sintió decepcionado por lo que percibía como un exceso doctrinal y una espiritualidad comprometida institucionalmente, por lo que partió en busca de una práctica más auténtica.
En 1223 viajó a la China de la dinastía Song junto a su maestro Myōzen, en busca del verdadero Dharma. Allí conoció a Rujing (1163–1228), maestro de la escuela Caodong (Sōtō en japonés), quien enseñaba el shikantaza, la meditación del “solo sentarse”: una práctica de atención silenciosa, sin objeto ni meta. Este encuentro marcaría un giro definitivo. Tras recibir la transmisión del Dharma de Rujing, Dōgen regresó a Japón en 1227.
Ya de vuelta, comenzó a enseñar una forma de Zen distinta, que dejaba de lado los rituales y el academicismo para centrarse en la meditación sentada como vía directa hacia el despertar. Su escuela, que pasaría a llamarse Sōtō Zen, tenía como núcleo el zazen no como medio para alcanzar la iluminación, sino como su manifestación plena en el presente.
Esta idea, que desarrolló en su obra maestra Shōbōgenzō (“El tesoro del ojo del verdadero Dharma”), articula una interpretación radical del tiempo, el yo y la realización espiritual.
Las claves del Zen según Dōgen
Lo que distingue al budismo de Dōgen es su visión de la unidad entre práctica y despertar. Para él, la iluminación no es una meta a lograr con años de esfuerzo, sino que se manifiesta en el acto mismo de sentarse en meditación, cuando se realiza con plena atención.
Esta visión contrasta con otras escuelas budistas japonesas, como Tendai y Shingon, que incorporaban rituales complejos, mandalas, prácticas esotéricas y comentarios doctrinales. También se diferencia del Zen Rinzai, contemporáneo al suyo, que daba mayor importancia al estudio de kōans (enigmas meditativos), la iluminación súbita y los encuentros impactantes entre maestro y discípulo.
El Sōtō Zen de Dōgen, en cambio, mantuvo un estilo austero, centrado en la disciplina silenciosa, la ética monástica rigurosa y la idea de que las actividades cotidianas —cocinar, limpiar, caminar— pueden ser terrenos de iluminación si se realizan con atención plena. Esta visión influyó profundamente en la cultura monástica japonesa.
Del nacimiento del Buda a Eiheiji: La llegada del budismo a Japón
El budismo nació en Asia meridional, con Siddhartha Gautama, el Buda histórico, en el siglo V a.C. en Lumbini (actual Nepal). Sus enseñanzas se consolidaron bajo el emperador Ashoka en el siglo III a.C., y desde la India se expandieron hacia Asia Central y China a través de rutas comerciales y de peregrinación como la Ruta de la Seda, llegando a China hacia el siglo I d.C.
Allí, el budismo se fusionó con el pensamiento taoísta y confuciano, dando lugar a escuelas como Tiantai, Huayan y Chan (Zen). Dentro del Chan, surgió una rama centrada en la meditación directa y sin apoyo textual, que floreció durante las dinastías Tang y Song, y fue precisamente de este entorno del que Dōgen extraería su inspiración.
Aunque los monjes japoneses ya llevaban siglos viajando a China, el viaje de Dōgen fue especialmente transformador: no trajo solo textos o rituales, sino una manera entera de vivir la práctica.
El budismo había llegado oficialmente a Japón en el siglo VI (tradicionalmente en el año 552 d.C.) desde el reino coreano de Baekje. Apoyado inicialmente por la familia imperial, se adaptó progresivamente a las creencias locales y a la veneración de los kami, en un proceso de fusión religiosa conocido como shinbutsu shūgō (la unión de kami y Budas).
Lugares de peregrinación asociados a Dōgen

Aunque Dōgen viajó y enseñó en diversos lugares, el principal sitio de peregrinación vinculado a su legado es Eiheiji, el “Templo de la Paz Eterna”, fundado por él en 1244 en la actual prefectura de Fukui. Este monasterio, rodeado de bosques, sigue funcionando hoy como centro de formación Sōtō, fiel al espíritu de simplicidad estética y rigor monástico de Dōgen. Los visitantes pueden presenciar los rituales diarios e incluso participar en programas breves de práctica.
Otro lugar destacado es Kenninji, en Kioto, uno de los templos Zen más antiguos del país. Aunque no fue fundado por Dōgen, fue allí donde empezó a enseñar tras su regreso de China, marcando el inicio de la difusión del Zen Sōtō en Japón.
Finalmente, el monte Hiei, aunque más asociado a la escuela Tendai, es importante por haber sido el lugar de formación inicial de Dōgen y donde comenzó su desencanto con el estado del budismo japonés. Los peregrinos que desean comprender su evolución espiritual a menudo incluyen este lugar en su recorrido.
Un reformador silencioso
La importancia de Dōgen en la historia religiosa de Japón no radica en fundar el budismo en el país, sino en redefinir su núcleo filosófico y práctico dentro del Zen Sōtō. Su énfasis en la práctica directa, la atención plena al presente y la inseparabilidad entre la vida diaria y el despertar dejó una huella indeleble en la cultura monástica japonesa y en la percepción global del Zen.
Como figura de peregrino, Dōgen encarna la búsqueda no de lo exótico, sino de la claridad en lo cotidiano: un camino interior hecho de silencio, respiración y quietud.