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Chichén Itzá: Peregrinación en las tierras bajas mayas del norte

Vista aérea de la antigua ciudad maya Chichen Itza Aleksandr Medvedkov - Shutterstock
Vista aérea de la antigua ciudad maya Chichen Itza Aleksandr Medvedkov - Shutterstock

Ubicada en la península de Yucatán, Chichén Itzá fue una de las ciudades más influyentes del mundo maya antiguo. Activa desde el periodo Clásico Tardío hasta el Posclásico Temprano (aproximadamente 750 – 1200 d.C.), esta ciudad no solo funcionó como un centro político y económico, sino también como un destino clave para los rituales y la peregrinación. Construida en un paisaje kárstico atravesado por ríos subterráneos y cenotes sagrados, Chichén Itzá se alzó como un eje cosmológico, donde convergían arquitectura, sacrificio y mito.

The famous Ik Kil cenote near Chichén Itzá
El famoso cenote Ik Kil cerca de Chichén Itzá

Un nombre sagrado, un pozo sagrado

El nombre Chichʼen Itzá significa “Boca del pozo de los Itzá”, en referencia al Cenote Sagrado cercano, un sumidero natural utilizado para ofrendas ceremoniales. Según datos arqueológicos y fuentes posteriores a la Conquista, los mayas depositaban en este cenote objetos preciosos – y en ocasiones, seres humanos – como ofrendas al dios de la lluvia, Chaac.

Las excavaciones realizadas a principios del siglo XX recuperaron oro, jade, cerámica, incienso y restos óseos con signos de sacrificio. La presencia de restos de élites y de niños sugiere que este cenote fue escenario de rituales relacionados con la profecía, la fertilidad y la renovación.

A diferencia de ríos o montañas, los cenotes ofrecían una intersección única entre cosmología y geografía. El pensamiento maya concebía el universo en vertical: los cielos arriba, la tierra en el medio y el inframundo acuático, Xibalbá, debajo. Por ello, los cenotes eran espacios liminales —umbrales hacia lo divino—, lo que los convertía en destinos ideales para procesiones rituales y ofrendas ceremoniales.

Templos, alineación y peregrinaciones estacionales

En el corazón de Chichén Itzá se alza el Templo de Kukulcán, también conocido como El Castillo, una pirámide de cuatro lados que alcanza los 30 metros de altura. Su simbolismo arquitectónico está profundamente vinculado a principios cosmológicos. Cada uno de sus cuatro lados tiene 91 escalones; al sumar la plataforma superior, el total es 365, reflejando el calendario solar.

Durante los equinoccios, el juego de luces y sombras en la escalera norte crea la ilusión del cuerpo ondulante de una serpiente que desciende a la tierra: una representación de Kukulcán, la serpiente emplumada asociada al viento, la lluvia y los ciclos celestes.

Estos fenómenos estacionales probablemente influían en los calendarios rituales y en los desplazamientos hacia el sitio, atrayendo visitantes para ceremonias agrícolas relacionadas con la siembra, la cosecha y la renovación. Las canchas del juego de pelota, los tzompantli (altares de cráneos) y las calzadas procesionales también dan testimonio de movimientos coreografiados a través de un paisaje construido con profundo significado sagrado.

Polychrome mural from the Temple of the Warriors at Chichen Itza
Mural policromado del Templo de los Guerreros de Chichén Itzá

Deidades y cosmovisión maya

El panteón maya estaba profundamente arraigado en los ritmos agrícolas, meteorológicos y cósmicos. Entre las deidades más importantes se encontraban:

  • Chaac – dios de la lluvia, invocado especialmente en tiempos de sequía o incertidumbre agrícola.
  • Kukulcán – deidad serpiente emplumada, vinculada a la fertilidad, el viento y los ciclos de Venus; similar pero no idéntica al Quetzalcóatl azteca.
  • Itzamná – dios creador relacionado con la escritura y el cielo.
  • Ix Chel – diosa de la fertilidad, el parto y el tejido.

A diferencia del panteón azteca, centrado en la destrucción cíclica del cosmos y el sacrificio humano como acto esencial para sostener el universo, la visión maya incorporaba el sacrificio ritual pero daba mayor importancia a los ciclos calendáricos, la observación celeste y la intercesión de especialistas rituales de élite. Ambas culturas practicaban ofrendas y derramamiento de sangre, pero los contextos y marcos cosmológicos eran distintos.

Contraste con la cosmovisión azteca

Aunque Chichén Itzá muestra cierta influencia tolteca en su arquitectura – evidente en las columnas de guerreros y los motivos de jaguares y águilas –, su cosmovisión y lógica ritual son netamente mayas.

Mientras los aztecas centraban su capital, Tenochtitlán, en la conquista militar y el sacrificio humano al dios solar Huitzilopochtli, la economía ritual de Chichén Itzá estaba más vinculada a la fertilidad agrícola, las ofrendas en cenotes y los ciclos planetarios, especialmente los de Venus.

Construcciones como el Caracol, un observatorio circular alineado con el movimiento de Venus, demuestran el avanzado conocimiento astronómico de los mayas y su integración en la arquitectura, la organización cívica y la planificación ritual.

El Tzompantli de Chichen Itza ruina en México. El muro de los cráneos.
El Tzompantli de las ruinas de Chichén Itzá, México. El Muro de las Calaveras.

Peregrinación tras el colapso

Incluso después de su declive político en el siglo XII, Chichén Itzá mantuvo su importancia espiritual. Las crónicas posteriores a la Conquista relatan visitas continuas de mayas al Cenote Sagrado para dejar ofrendas, y los conquistadores españoles encontraron poblaciones activas en la región. La tradición oral, junto con elementos del paisaje como los cenotes, contribuyó a preservar el sitio como un lugar ritual mucho tiempo después de su abandono por parte de las élites.

La Cueva de Balankanché, situada a pocos kilómetros del complejo principal, refuerza esta continuidad de la peregrinación ritual. En ella, se han hallado ofrendas y objetos que permanecieron intactos hasta tiempos recientes, lo que da fe de un uso ceremonial sostenido desde el periodo Preclásico hasta después de la llegada de los españoles.

Chichén Itzá no solo funcionó como un centro de poder, sino también como un paisaje ritual diseñado para el movimiento, la contemplación y la ofrenda. A través de su geometría sagrada, alineaciones celestes y rituales centrados en los cenotes, la ciudad atrajo a personas de toda la región norte de Yucatán durante generaciones.

Como lugar de peregrinación, fue un espacio donde la cosmología se grababa en piedra, el sacrificio era un medio de diálogo con lo divino, y el paisaje se convertía en un mapa del tiempo mítico. Aunque a menudo se la compara con los centros rituales aztecas, Chichén Itzá refleja una cosmovisión maya única, que priorizaba el agua, los ciclos y la armonía celestial por encima de la conquista y el apocalipsis.

 

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