¿Por qué alguien decide recorrer más de mil kilómetros a pie alrededor de una isla japonesa? ¿Por qué atravesar templos, montañas y aldeas durante semanas, solo con un bastón y una mochila ligera?
En tiempos de inmediatez, productividad y ruido constante, hay quien elige parar. Y caminar. El Shikoku Henro, una de las peregrinaciones más antiguas de Asia, propone eso: una pausa larga, un movimiento lento, una forma de reconectar con uno mismo a través del cuerpo y del paisaje.
Esta ruta, que rodea la isla japonesa de Shikoku, une 88 templos budistas en un recorrido circular de unos 1.200 kilómetros. Cada año, miles de personas lo recorren. Algunas lo hacen por fe. Otras por promesa, por duelo, por necesidad de recomenzar. Pero muchas, cada vez más, lo hacen por una razón difícil de nombrar: buscar algo sin saber qué.
Un camino con más de mil años
El origen del Shikoku Henro está ligado a Kūkai, también conocido como Kōbō Daishi, un monje budista del siglo IX que fundó la escuela esotérica Shingon. Según la tradición, Kūkai recorrió la isla de joven, meditando en templos, cuevas y montañas. Con el tiempo, sus pasos dieron forma a este itinerario que hoy siguen los peregrinos.

Durante siglos, el Henro fue un viaje de fe reservado a monjes o ascetas. Pero en el periodo Edo (1603–1868), empezó a popularizarse entre la población común. Se convirtió en un camino abierto a todos: campesinos, comerciantes, enfermos, mendigos. Un espacio de transformación personal, al margen de la vida cotidiana.
A lo largo de los siglos
La peregrinación de Shikoku ha pasado por distintas fases en su historia. En los siglos medievales, eran sobre todo monjes errantes —llamados hijiri— quienes recorrían la isla predicando y meditando. Muchos lo hacían en condiciones extremas, buscando méritos espirituales o intentando emular a Kūkai.
En la época Edo, con la estabilidad del país bajo el shogunato Tokugawa, el Henro se convirtió en una forma de práctica popular, aunque regulada. Los peregrinos debían portar documentos y ceñirse a rutas vigiladas, y algunos templos llevaban registros de paso. Aun así, se estima que cada año miles de personas realizaban el circuito completo, a menudo con escasos recursos. Muchos de ellos eran considerados “sin techo”, enfermos o marginados, que encontraban en el camino una forma de acogida. Los templos ofrecían comida, cobijo y cierta dignidad a quienes no tenían nada.
Durante la era Meiji (finales del XIX), cuando el nuevo gobierno promovió el sintoísmo y persiguió instituciones budistas, la peregrinación entró en crisis. Muchos templos fueron abandonados o deteriorados. Pero la devoción popular se mantuvo. Y a lo largo del siglo XX, el Henro se fue reconstruyendo, primero como práctica religiosa local, y después, ya en las últimas décadas, como ruta espiritual de interés cultural y turístico.
Hoy en día, se está promoviendo su candidatura para ser reconocido como Patrimonio Mundial por la UNESCO. Aunque aún no ha sido inscrito oficialmente, Japón lo considera parte de su patrimonio cultural inmaterial. A diferencia de otras peregrinaciones más estructuradas, el Henro se mantiene sorprendentemente abierto, libre y descentralizado: no hay una única autoridad, ni un pase oficial, ni un modo correcto de hacerlo. Cada peregrino decide cómo recorrerlo. Y en eso radica también su fuerza.
¿Cómo es el recorrido?
La isla de Shikoku está dividida en cuatro prefecturas, y el itinerario atraviesa cada una en un orden simbólico:
- Tokushima – Despertar espiritual
- Kōchi – Disciplina y esfuerzo
- Ehime – Iluminación interior
- Kagawa – Liberación o renacimiento
En total, son 88 templos numerados del 1 al 88, aunque no hay una obligación estricta de empezar por el primero. Aun así, lo habitual es comenzar en el templo Ryōzen-ji, cerca de Tokushima, y avanzar en sentido de las agujas del reloj. Algunos peregrinos, por tradición o reto personal, lo recorren en sentido inverso, una práctica conocida como gyaku-uchi.
Caminar toda la ruta lleva entre 40 y 60 días, dependiendo del ritmo. Algunos prefieren hacerla por etapas, regresando cada año para continuar. Otros la recorren en bicicleta o incluso en autobús, aunque hacerlo a pie sigue siendo la forma más respetada —y transformadora— de vivir la experiencia.
¿Quién camina hoy el Shikoku Henro?
Hasta hace poco, la mayoría de los peregrinos eran japoneses, en su mayoría hombres mayores o jubilados. Pero esto ha empezado a cambiar.
En 2023, casi la mitad de los peregrinos que recorrieron la ruta a pie eran extranjeros. Muchos llegaron desde Europa, América o Australia, atraídos por el valor espiritual del camino, por el deseo de “desconectar” o por la belleza natural y cultural de Shikoku. Algunos ya habían hecho el Camino de Santiago y buscaban una experiencia similar en Asia.
Las motivaciones son diversas: hay quien camina por una promesa, por la muerte de un ser querido, por necesidad de reconectar con el cuerpo, o simplemente para poner distancia con una vida demasiado llena de cosas.
Aunque no es una ruta masificada, la acogida de la gente local es cálida. Existe una práctica llamada osettai, una forma tradicional de ofrecer regalos a los peregrinos: desde fruta o bebidas, hasta un almuerzo o una cama por una noche. A cambio, no se espera dinero, solo gratitud.
Más que templos: una experiencia de vida

Cada templo tiene su carácter, su paisaje, su historia. Algunos están en plena ciudad, otros en bosques remotos o en la cima de montañas. Al llegar, el peregrino puede ofrecer incienso, rezar, y pedir que sellen su nōkyō-chō, un cuaderno especial donde se registran las visitas con una caligrafía artística.
El atuendo tradicional incluye una túnica blanca, un sombrero cónico de paja y un bastón que representa la presencia de Kūkai. En el bastón se lee dōgyō ninin, “dos caminando juntos”: el peregrino no está solo, camina acompañado por el espíritu del maestro.
Casi todo en el Henro se mueve en voz baja. Se camina por montañas cubiertas de cedros, por caminos rurales bordeados de arrozales, por sendas que huelen a tierra mojada y a incienso. El tramo más duro —en la prefectura de Kōchi— es conocido como la “tierra del diablo”: largas distancias entre templos, calor húmedo, pocas posadas. Muchos abandonan ahí.
Quien lo completa suele caminar 1.200 km, a razón de 20–30 km diarios, cargando poco más que un cuaderno, agua y el bastón del Daishi. Algunos lo hacen en bicicleta o en autobús. Pero caminarlo entero, paso a paso, es otra cosa. Es otro camino.
No es raro que quien completa los 88 templos decida caminar un poco más para regresar al templo 1. Cerrar el círculo. Otros extienden el viaje hasta el monte Kōya, donde está enterrado Kūkai. No como meta final, sino como gesto de agradecimiento.
Cómo hacer el Shikoku Henro
No necesitas ser budista, ni tener experiencia previa en peregrinaciones. Solo ganas de caminar, de observar.
Lo básico:
Distancia total: ~1.200 km
Duración estimada a pie: 6–8 semanas
Épocas recomendadas: primavera (abril–mayo) y otoño (octubre–noviembre)
Cómo moverte: a pie, en bicicleta, en transporte público o tours organizados
Dónde dormir: posadas familiares (minshuku), templos (shukubō), hoteles locales, refugios gratuitos
Idioma: se habla japonés en la mayoría de zonas; hay señales en inglés y guías disponibles
Qué llevar: calzado cómodo, protección solar, bastón, mochila ligera, cuaderno de sellos (nōkyō-chō)
El camino está bien señalizado. Existen aplicaciones móviles, mapas y asociaciones que pueden ayudarte a planificar el viaje. Pero lo más importante no se puede planear: lo que descubres caminando.
Un viaje que empieza dentro
El Shikoku Henro no es una moda. Tampoco una ruta solo para creyentes. Es un camino de fondo. Una experiencia que transforma sin grandes discursos, sin ruido, sin espectáculo. Se trata de caminar con lo justo. Escuchar sin juzgar. Recibir sin esperar. Y volver al punto de partida —físico o interior— con algo distinto. No una respuesta, sino una mirada nueva.
Como dijo un peregrino japonés al llegar al templo 88:
“No encontré lo que buscaba. Pero encontré algo mejor: la capacidad de seguir buscando.”