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Tempura: De las Témporas portuguesas a los mercados de Tokio

Tempura de verduras japonesa preparada con salsa ponzu de jengibre Lizzy Komen - Shutterstock
Tempura de verduras japonesa preparada con salsa ponzu de jengibre Lizzy Komen - Shutterstock

Celebrada en todo el mundo como una expresión refinada del arte culinario japonés, la tempura no nació en templos zen ni en las innovaciones del periodo Edo, sino en las prácticas de ayuno de los misioneros portugueses del siglo XVI. El plato que hoy se venera por su ligereza y delicadeza fue, en sus orígenes, una respuesta práctica a una restricción religiosa.

En las cocinas de Tokio, chefs con impecables atuendos blancos sumergen piezas de tempura en aceite caliente con precisión ceremonial. El resultado —una capa dorada y crujiente que envuelve delicadamente mariscos o verduras— se considera un ideal culinario. Sin embargo, esta especialidad japonesa tiene raíces en el calendario litúrgico católico.

El término tempura proviene del latín quattuor tempora, o Témporas: días estacionales de ayuno y abstinencia que se observaban cuatro veces al año. Durante esos periodos, la carne estaba prohibida, y los cocineros se veían obligados a idear alternativas satisfactorias. Una de ellas fue el peixinhos da horta —“pececillos del huerto”—, judías verdes rebozadas y fritas que recordaban a pequeños peces. Este plato, original de los conventos medievales portugueses, equilibraba los requisitos doctrinales con las necesidades nutricionales durante la Cuaresma y las Témporas.

El sabor que llegó por mar

Classic street food restaurant in the Shinjuku district of Tokyo, Japan.
Restaurante clásico de comida callejera en el distrito Shinjuku de Tokio, Japón

En 1543, los navegantes portugueses António da Mota, Francisco Zeimoto y António Peixoto fueron los primeros europeos en llegar a Japón. Junto con especias y tejidos, llevaron textos religiosos, ideas teológicas y costumbres gastronómicas. En 1549, los jesuitas ya se habían asentado en el archipiélago, introduciendo no solo el cristianismo, sino también técnicas extranjeras en arquitectura, medicina… y cocina.

El Japón del final del periodo Muromachi ya era una sociedad impregnada de sensibilidad estética y espiritual. La idea de transformar ingredientes humildes mediante la elaboración culinaria resonaba con las tradiciones locales, profundamente marcadas por el budismo zen y el sintoísmo. Las verduras rebozadas de los portugueses, nacidas de la necesidad religiosa, conectaban con el aprecio japonés por la pureza, la transformación y la estacionalidad.

La sociedad japonesa del siglo XVI, profundamente influida por el budismo zen y el sintoísmo, ya contaba con una comprensión refinada de la purificación mediante la comida. El concepto de elevar ingredientes sencillos hasta lo trascendente no era ajeno a una cultura que veía en la simplicidad un camino hacia la iluminación. Cuando los japoneses conocieron los peixinhos da horta, reconocieron de inmediato el potencial de aquella técnica.

Una metamorfosis cultural

La adaptación que siguió es uno de los ejemplos más sutiles y fascinantes de hibridación culinaria. Los cocineros japoneses no se limitaron a imitar los peixinhos da horta: los reimaginaban por completo. La masa, densa y práctica en su versión original, se volvió casi ingrávida. La fritura se perfeccionó para preservar no solo el sabor, sino la textura y la esencia del ingrediente. Camarones, setas, boniatos… cada elemento mantenía su identidad bajo una capa de crujiente transparencia.

Esta reinvención dialogaba con conceptos japoneses como el ma —el espacio intencionado que da forma— y el mono no aware, esa melancólica conciencia de lo efímero. En la tempura, estos principios se expresan en su perfección fugaz: debe comerse al instante, justo cuando se alinean textura y temperatura.

Técnica convertida en filosofía

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Camarones, huevas de abadejo fritas, calamares, anchoas, berenjenas y batata en tempura

La precisión se convirtió en el eje de esta disciplina. La temperatura del aceite debe mantenerse entre 160 y 180 °C. La masa se mezcla rápidamente para evitar la formación de gluten. Los ingredientes se seleccionan con un cuidado obsesivo por su frescura y su temporalidad. Preparar tempura se volvió un acto casi meditativo, estructurado pero intuitivo, comparable en ritualidad a una ceremonia del té o una pintura de tinta.

Lo que comenzó como una solución para el ayuno se transformó en una disciplina gastronómica exigente. Los chefs de tempura se entrenan durante años, a menudo especializándose exclusivamente en esta técnica, guiados por principios tan rigurosos como los de cualquier arte tradicional japonés.

Una evolución de sentido

Aunque el origen religioso original de la tempura se diluyó en Japón, su dimensión espiritual permanece latente en su preparación y presentación. Lo que en su día fue abstinencia por mandato teológico, se transformó en una estética de la contención y el respeto. La reverencia cambió de objeto: ya no era hacia la doctrina, sino hacia la integridad del ingrediente y la atención plena del comensal.

En los restaurantes especializados de alta gama, la experiencia se cuida con precisión ceremonial. Los comensales se sientan frente al chef en silencio, y este sirve cada pieza una por una, cronometrada para conservar su instante ideal de crujiente perfección. El atuendo blanco, el ambiente sobrio, los gestos meditativos… todo evoca una coreografía de respeto y concentración que recuerda modelos sagrados sin imitarlos.

Un puente entre culturas

Hoy, las colas frente a los templos de la tempura en Tokio no hacen pensar en calendarios litúrgicos medievales. Pero el plato guarda una continuidad sorprendente: una tradición gastronómica moldeada por la fe europea y perfeccionada en diálogo estético con la espiritualidad japonesa.

Desde el punto de vista técnico, la tempura es el encuentro entre ciencia culinaria y arte. La masa forma una capa protectora que mantiene la humedad y acentúa la textura externa. Este método — sencillo en apariencia pero difícil de ejecutar — es el fruto de siglos de refinamiento.

La historia de la tempura no trata solo de transmisión cultural, sino de adaptación creativa. Desde sus raíces eclesiásticas en Europa hasta su transformación japonesa, ilustra cómo la necesidad, la creencia y el arte pueden fusionarse en una forma culinaria duradera. En una era de globalización y estandarización, su trayectoria ofrece un modelo de innovación respetuosa, enraizada en su contexto original.

Cada bocado encierra algo más que sabor: contiene capas de intercambio, adaptación y artesanía. Detrás de la corteza dorada hay una historia transnacional: un recordatorio de que la comida, como la peregrinación, suele ser un viaje de transformación.

Entrada también disponible en: English Italiano

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