La historia del vino Manischewitz entrelaza necesidad religiosa, ingenio industrial y reinvención cultural americana. Creado originalmente para satisfacer las necesidades rituales de las comunidades judías durante la Prohibición —cuando el alcohol estaba restringido en Estados Unidos—, este dulce vino kosher elaborado con uvas Concord evolucionó hasta convertirse en un símbolo intercultural, adoptado mucho más allá de su contexto original.
Su recorrido revela la capacidad de adaptación de las tradiciones inmigrantes y el sorprendente destino comercial de prácticas nacidas en lo sagrado.
De la excepción ritual al nacimiento de un mercado
Con la entrada en vigor de la Enmienda 18 en 1920, que dio inicio a la Prohibición en EE. UU., la Ley Volstead incluyó una excepción clave: el vino sacramental podía seguir produciéndose y consumiéndose. Esto permitió a las comunidades judías continuar rituales como el kiddush (bendición del vino en el Sabbath y festividades), las bendiciones nupciales o las cuatro copas del seder de Pésaj.
Pero adquirir vino bajo estas restricciones no era tarea fácil. Las botellas debían distribuirse a través de las sinagogas, gestionadas a menudo por los propios rabinos, quienes evaluaban las necesidades de cada hogar y pagaban por anticipado a los proveedores. Ante la escasa disponibilidad de vino kosher comercial, muchas familias optaron por elaborarlo en casa, usando uvas Concord provenientes de la región de los Finger Lakes, en Nueva York.
Estas uvas, introducidas en el siglo XIX, eran resistentes pero poco idóneas para hacer vino, con un perfil ácido y almizclado que solía corregirse con grandes cantidades de azúcar.
El acuerdo de 1947 que lo cambió todo

En 1947, la empresa Monarch Wine de Brooklyn propuso a la compañía de alimentos Manischewitz – conocida sobre todo por su matzá y productos de Pésaj – licenciar su nombre para lanzar un vino comercial. Aunque Manischewitz no producía vino, su fuerte reconocimiento entre los consumidores judío-estadounidenses la convertía en la aliada perfecta para los planes de Monarch.
La empresa siguió utilizando uvas Concord, transportadas desde viñedos del norte de Nueva York hasta Brooklyn, donde el vino se fermentaba bajo supervisión kosher. Para contrarrestar la astringencia de las uvas Vitis labrusca, Monarch apostó por una dulzura intensa como sello distintivo, añadiendo grandes cantidades de azúcar. Así nació la fórmula clásica de Manischewitz: afrutado, muy dulce e inequívocamente kosher.
Vino kosher y el proceso mevushal
Todos los vinos Manischewitz pasan por el tratamiento mevushal, que los hace aptos para ser manipulados por personas no judías o no observantes del Sabbath. Tradicionalmente esto implicaba hervir el vino, lo que deterioraba su sabor. Hoy, sin embargo, se emplea una pasteurización rápida (flash pasteurization): se calienta el vino brevemente a 82 °C y se enfría de inmediato, siempre bajo estricta supervisión rabínica.
Manischewitz también elabora ediciones especiales para Pésaj, endulzadas con azúcar de caña en lugar de jarabe de maíz, respetando así las restricciones alimentarias de muchos judíos asquenazíes durante esa festividad.
De la mesa sagrada al estante del super
A mediados del siglo XX, Manischewitz ya había superado su origen litúrgico. Un artículo de Commentary en 1954 señalaba que sus ventas aumentaban no solo en Pésaj, sino también en Navidad, Acción de Gracias e incluso San Patricio, señal clara de que el vino había penetrado el consumo estadounidense general.
Este fenómeno fue impulsado por una campaña publicitaria muy astuta. En los años 60, el famoso cantante y actor Sammy Davis Jr., converso al judaísmo, protagonizó una campaña nacional con el eslogan inolvidable: “Man, Oh Manischewitz!”. La frase se volvió tan icónica que incluso el astronauta Gene Cernan la mencionó en tono de broma durante la misión del Apollo 17 en 1972.
Un ritual cultural en sí mismo
Hoy, Manischewitz ocupa un lugar en la identidad judeo-estadounidense que va más allá de lo ritual. Como ha señalado el historiador Roger Horowitz, el vino se ha convertido en “un ritual imaginado”: un elemento habitual en las mesas festivas no solo por razones religiosas, sino por su carga nostálgica y cultural. Está presente en bar y bat mitzvás, bodas, celebraciones de Purim y seders, evocando memorias familiares más que significados teológicos.
En Purim, por ejemplo —una festividad marcada por el humor y la bebida—, Manischewitz es un vino frecuente. Su dulzor y bajo contenido alcohólico lo hacen accesible incluso para los bebedores más ocasionales, ideal para compartir en comunidad.
Diversificación y modernización

Aunque el vino de uva Concord sigue siendo su insignia, Manischewitz ha ampliado su gama con sabores como mora, cereza, malaga o saúco. Su línea premium, bajo la marca Elijah, incluye variedades como Cabernet Sauvignon chileno o Moscato, reflejo de un paladar en evolución.
Tras varios cambios de propietario, el vino Manischewitz se produce actualmente en Canandaigua, Nueva York, bajo el sello de Centerra Wine Company. Toda la producción sigue estando certificada como kosher por la Unión Ortodoxa.
La revolución del vino kosher
Desde que Manischewitz alcanzó notoriedad, el panorama del vino kosher ha cambiado radicalmente. La creciente demanda de vinos de mayor calidad —sobre todo entre consumidores observantes con gusto refinado— ha impulsado una oferta muy diversa. Hoy existen cientos de vinos kosher en el mundo, con tintos complejos y blancos frescos procedentes de Israel, Francia, California y otros países.
Aun con esta transformación, Manischewitz conserva un lugar único en la vida judía estadounidense. Su sabor puede dividir opiniones —para algunos es entrañable, para otros empalagoso—, pero su peso simbólico es indiscutible. Representa una fusión de tradición ritual, adaptación al mercado y resiliencia migrante.
Un legado líquido
Para muchas familias, descorchar una botella de Manischewitz es como usar una expresión en yidis: un gesto identitario que va más allá de la religión. Ya sea como ancla cultural o reliquia ritual, este vino refleja cómo las costumbres religiosas pueden transformarse en expresiones compartidas de identidad. Desde fermentaciones caseras en sótanos hasta anuncios en televisión y menciones en el espacio, esta humilde botella ha recorrido un camino extraordinario: nacida de la necesidad, moldeada por la historia y aún presente en las celebraciones de todo un país.