Frijoles negros, carne, mandioca. Pero también esclavitud, ingenio, colonización. La feijoada es el plato que, más que ningún otro, cuenta la historia del Brasil. Cada sábado, en millones de hogares brasileños, se repite un mismo ritual: la preparación de la feijoada. Humo, aromas intensos, una espera cargada de memoria. Es el plato nacional por excelencia. Pero también una crónica social.
Sus orígenes están íntimamente ligados a la esclavitud. Según la tradición popular, la feijoada nació entre los esclavos africanos de las plantaciones, quienes recuperaban restos de carne —orejas, colas, patas— para cocinarlos lentamente con frijoles negros.
Pero la historia siempre es más compleja que el mito. Historiadores han empezado a cuestionar esta versión. En Portugal, ya existían desde la Edad Media recetas a base de legumbres y carne —los cozidos, guisos de todo tipo. Es más probable que la feijoada sea el fruto de un cruce cultural: técnicas europeas, ingredientes indígenas, influencias africanas. Un plato nacido de la mezcla forzada que dio forma al Brasil.
Un plato construido sobre la resiliencia

Hablar de feijoada es hablar de supervivencia. Es un plato que nace para resistir: Al hambre, a la marginalización, a la exclusión.
Cuando las comunidades afrobrasileñas empezaron a establecerse en barrios autónomos, como los quilombos, la feijoada se transformó en una receta colectiva. Se cocinaba entre muchos, se comía en comunidad. Era un momento de encuentro. De identidad compartida.
Con el tiempo, la preparación se fue perfeccionando. Se enriqueció con ingredientes: hojas de laurel, col rizada, farofa de mandioca, arroz, naranja. Cada elemento cumplía una función —facilitar la digestión, equilibrar la grasa, aportar energía.
En el siglo XIX, la feijoada salió de las plantaciones y llegó a Río de Janeiro. En los botecos, las tabernas populares, comenzó a servirse cada sábado. Para los trabajadores urbanos era el almuerzo ideal: económico, saciante, social.
En 1833, el Café Lamas —uno de los locales más famosos de la capital imperial— la incluyó en su menú oficial. Ya no era comida de esclavos, sino cocina nacional. Este simple gesto gastronómico tiene, en realidad, un significado profundo. Un plato marginal se vuelve aceptado. Luego, celebrado. La feijoada se convierte en herramienta de inclusión simbólica, aunque las desigualdades reales persistan.

Samba e identidad
En las décadas de 1920 y 1930, la feijoada se encuentra con otra expresión afrobrasileña: la samba. En las rodas – círculos espontáneos de música y baile – se toca y se come. Las escuelas de samba comienzan a organizar feijoadas comunitarias. No solo para autofinanciarse, sino para reunir al vecindario, compartir historias, pensar en el futuro.
Estas Feijoadas da Escola aún existen hoy. En Mangueira, Portela, Salgueiro. En Río, pero también en Recife, Salvador, Belo Horizonte. Son eventos sociales y culturales. Comida y música al servicio de una identidad que, muchas veces, ha sido ignorada por los poderosos.
Una sabrosa geografía
No existe una sola feijoada. Cada región de Brasil tiene la suya. Cada ciudad, su variante. Cada familia, su regla.
- En Bahía, la feijoada es picante. Se prepara con chile, aceite de dendê y hojas de cilantro. Es la más africana.
- En Río de Janeiro, es espectacular. Rica y colorida. Se sirve como una fiesta, con guarniciones teatrales.
- En São Paulo, es más sobria. Se acompaña de caipiriña y largas conversaciones.
- En Minas Gerais, es rústica, profunda, cocinada a menudo en hornos de leña.
Pero en todo el país, hay una regla sagrada: no se cocina solo para uno mismo. Se cocina para compartir. Preparar una feijoada auténtica requiere tiempo y disciplina. Los frijoles deben remojarse. Las carnes, desalarse. El sofrito, prepararse por separado. La cocción lleva horas. Lentamente, los sabores se funden. La casa se llena de aroma. Todo se convierte en una ceremonia de espera.
En un mundo cada vez más rápido, la feijoada puede convertirse en un símbolo del slow food. Es lo opuesto a la comida rápida. Exige atención, cuidado, respeto. Eso también la hace única. Y poderosa.
Además, la feijoada ha viajado con los brasileños, tanto con los chefs como con las comunidades de la diáspora. En Tokio, se sirve con un caldo más ligero. En Lisboa, se ha convertido en un puente entre la vieja y la nueva lusofonía. En Londres, se reinventa con cortes de carne más accesibles. En Estados Unidos se hace más ligera, pero menos sabrosa.
Y sin embargo, vaya donde vaya, la feijoada lleva consigo su equipaje, no solo culinario, sino simbólico. Para muchos brasileños en el extranjero, comer feijoada es reencontrar el hogar en la boca.
La feijoada, reinventada
En los últimos diez años, ha surgido una nueva tendencia: la feijoada vegetariana. Nacida en los restaurantes de las grandes ciudades, ha conquistado también festivales gastronómicos y mesas familiares. Tofu, hongos, calabaza. Los frijoles negros siguen presentes. También la farofa. Lo que cambia son las proteínas.
Hay quienes gritan traición. Pero la historia de la feijoada está hecha de adaptaciones, improvisaciones y mezclas. No existe una versión “pura”, única.
Hoy en día, la feijoada es también una herramienta de activismo. En muchas periferias urbanas, es preparada por colectivos feministas, comunidades indígenas y movimientos afrobrasileños. Forma parte de proyectos de educación alimentaria, de lucha contra el hambre, de economía solidaria. Algunos la llaman “gastronomía decolonial”. Una forma de reivindicar una herencia apartada, devolviéndole orgullo y valor. En este sentido, la feijoada es mucho más que un plato: es una declaración de principios.
¿Listos para saborear este plato? Será como visitar Brasil: un concentrado de sabores intensos, complejos, inolvidables.
Receta de la feijoada tradicional
Ingredientes para 8 personas:
1 kg de frijoles negros secos
300 g de carne seca (por ejemplo, res ahumada)
500 g de salchicha ahumada
300 g de costillas o panceta de cerdo
2 orejas o patas de cerdo (opcionales, para autenticidad)
1 cebolla grande
3 dientes de ajo
2 hojas de laurel
Aceite al gusto
Sal y pimienta
Col rizada (salteada en sartén)
Naranja (en rodajas)
Farofa de mandiocaArroz blanco
Preparación:
Remoja los frijoles la noche anterior.
Desala las carnes en agua fría, cambiando el agua con frecuencia.
Blanquea las carnes saladas para eliminar el exceso de grasa.
En una olla grande, sofríe el ajo y la cebolla. Agrega los frijoles, las carnes y el laurel.
Cubre con agua y cocina al menos 3 horas a fuego lento.
Ajusta la sal solo al final.
Sirve con arroz blanco, farofa, naranja y col rizada salteada.