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Delicias de Buda: Mucho más que comida vegetariana

En los silenciosos interiores de los monasterios budistas chinos, donde el tiempo fluye al ritmo de la respiración, existe un plato que ha perdurado por más de mil años, no tanto como una receta sino como un acto meditativo.

Conocido como Luóhàn zhāi, o “Delicias de Buda”, esta preparación vegetariana es una de las expresiones más refinadas de la cocina vegetal del Asia oriental. Lo que a simple vista parece una mezcla sencilla de verduras es, en realidad, una composición codificada y simbólica que refleja siglos de técnica culinaria, valores filosóficos y transmisión cultural.

Orígenes en la práctica monástica

Las raíces del Luóhàn zhāi se remontan a la temprana expansión del budismo desde la India hacia China a través de las Rutas de la Seda. Ya en tiempos de la dinastía Han (206 a.C.–220 d.C.), los monasterios budistas eran no solo centros espirituales, sino también espacios de innovación agrícola y redefinición dietética. El auge del vegetarianismo monástico respondió tanto a principios doctrinales como a realidades ecológicas. En épocas de escasez, las dietas basadas en vegetales podían alimentar comunidades enteras sin recurrir al sacrificio animal ni tensionar ecosistemas frágiles.

El principio de ahimsa – la no violencia – es central en la dieta monástica budista. En las comunidades del budismo Mahayana, esto implicó la eliminación de la carne, el pescado y cualquier alimento que implicara sufrimiento para los seres sintientes. En la China imperial, donde la carne simbolizaba riqueza y poder, esta elección representaba una forma de disidencia cultural, silenciosa pero profunda. La mesa monástica se convirtió así en una extensión de la práctica ética: un espacio de atención plena y moderación.

Pero la ausencia no significaba austeridad. En las cocinas de los templos, ingredientes como el tofu, el gluten de trigo, los hongos, las algas y los tubérculos eran transformados en elaboradas versiones vegetales de texturas y sabores animales. Estas innovaciones culinarias no pretendían engañar, sino demostrar que el sabor podía surgir de la creatividad y la ética.

Platos como el “pollo budista”, costillas vegetales o langostinos de konjac ejemplifican esta tradición de artesanía compasiva. Luóhàn zhāi, el más emblemático de todos ellos, se convirtió en un manifiesto culinario mucho antes de que el término “alimentación ética” entrara en el vocabulario moderno.

Composición simbólica

Buddhist cuisine is primarily vegetarian.
La cocina budista es sobre todo vegetariana

El nombre Luóhàn zhāi hace referencia a los Dieciocho Arhats (luóhàn en chino), discípulos iluminados del Buda según la tradición Mahayana. El número 18, considerado auspicioso, define la forma clásica del plato: dieciocho ingredientes vegetales, cada uno con un significado simbólico. Los hongos shiitake representan la longevidad y la fortaleza interior; los brotes de bambú simbolizan el crecimiento espiritual; el loto evoca la pureza que surge del barro de la ignorancia.

Preparado en silencio y, a menudo, precedido por cánticos o recitaciones, el plato es un vehículo para la consciencia. Para muchos cocineros monásticos, la cocina es un espacio de cultivo interior tanto como de sustento exterior. Las técnicas subrayan la precisión y la atención plena: cada ingrediente se saltea tradicionalmente por separado para preservar su Qi (energía vital), y luego se ensambla en armonía equilibrada.

Adopción secular y reconocimiento imperial

Durante las dinastías Tang (618–907 d.C.) y Song (960–1279 d.C.), la cocina vegetariana budista comenzó a influir en la gastronomía de las élites fuera del ámbito monástico. Atraídos por su elegancia y sobriedad, algunos emperadores incorporaron estos platos en banquetes cortesanos. La cocina del templo fue moldeando poco a poco las tendencias urbanas, especialmente en épocas de sincretismo con el taoísmo. Las familias nobles adoptaban costumbres vegetarianas en fechas lunares específicas, y los primeros restaurantes vegetarianos inspirados en templos aparecieron en las ciudades chinas.

Desde entonces, el Luóhàn zhāi acompañó la migración de las comunidades chinas, primero por el Este y Sudeste asiático, y luego por el mundo entero a través de las diásporas. Hoy en día, versiones del plato pueden encontrarse en los barrios chinos de Vancouver, Melbourne o Bangkok.

Adaptación y disolución

Sin embargo, con el viaje también llegó la transformación. Fuera del contexto de los templos budistas, el Luóhàn zhāi suele simplificarse: se reduce a un salteado genérico de verduras con salsa de soja, desprovisto de su intención simbólica y de su rigor culinario. Elementos esenciales como el tofu rojo fermentado – apreciado por su profundidad de sabor y su rol ritual – se omiten con frecuencia.

El método tradicional de cocinar cada componente por separado también suele ser ignorado, lo que compromete la estructura energética del plato. Lo que queda es un nombre poético, pero una experiencia empobrecida.

Rescate y significado contemporáneo

En los últimos años, un renovado interés por las cocinas rituales ha impulsado esfuerzos para recuperar el Luóhàn zhāi en toda su expresión original. Algunos chefs, formados en monasterios o en colaboración estrecha con monjes, están reviviendo sus técnicas y significados. Su enfoque va más allá de reproducir una receta: se trata de un regreso intencional al proceso – cocinar como meditación, comer como acto ético, alimentarse como continuidad cultural.

Centros monásticos como el Monte Wutai o el Monte Emei han creado programas de formación para transmitir estas prácticas a nuevas generaciones. Durante las celebraciones del Año Nuevo Lunar, muchas familias chinas siguen preparando Luóhàn zhāi como gesto de renovación e intención. En algunas comunidades, el primer cuenco se ofrece simbólicamente a los ancestros, uniendo la acción culinaria con la memoria intergeneracional.

Un modelo para un mundo cambiante

Lo que da al Luóhàn zhāi su vigencia no es solo su linaje histórico, sino su sintonía con valores contemporáneos. En una época cada vez más consciente de las dietas basadas en vegetales, los sistemas alimentarios sostenibles y la identidad culinaria, este plato milenario ofrece un modelo poderoso. Demuestra cómo la complejidad y la sobriedad pueden coexistir, cómo el arte culinario puede surgir de principios éticos, y cómo la comida puede ser al mismo tiempo relato y ofrenda.

En un mundo que a menudo valora la inmediatez y el individualismo, el Luóhàn zhāi propone otro ritmo: paciente, intencional y silenciosamente transformador.

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