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Cómo peregrinar fortalece la resiliencia emocional en tiempos de crisis

Una peregrina en el desierto de Judea godongphoto - Shutterstock
Una peregrina en el desierto de Judea godongphoto - Shutterstock

Vivimos tiempos inciertos. La rapidez con la que cambia el mundo – en lo social, lo tecnológico, lo emocional – ha convertido nuestra vida cotidiana en un terreno lleno de inseguridades. Las crisis personales se entrelazan con las colectivas: pandemias, inestabilidad económica, soledad digital. Y, frente a todo ello, se nos pide resistir, adaptarnos, no derrumbarnos.

Pero, ¿cómo se construye de verdad la resiliencia emocional?

Una respuesta concreta, paradójica y antiquísima emerge con fuerza: caminar durante mucho tiempo, conscientemente, hacia un destino incierto. La peregrinación – no solo como obligación religiosa, sino también como un acto voluntario de exposición al límite – se revela como una herramienta poderosa de reconstrucción interior.

No es una ideología. Es experiencia. Y, sorprendentemente, funciona.

Caminar es ponerse a prueba en el mundo real

La resiliencia no se desarrolla leyendo frases inspiradoras. Solo se forja a través de la experiencia directa del límite. Desde este punto de vista, la peregrinación es un auténtico laboratorio viviente: cada día, el peregrino se enfrenta al cansancio, a las inclemencias del tiempo, a los imprevistos, al dolor físico y al propio diálogo interior.

No hay atajos. Cada kilómetro se gana a pulso.

Es precisamente en esa fricción entre la intención y la dificultad donde nace la resiliencia. El cerebro, al encontrarse en una situación difícil pero asumible, aprende a adaptarse, se vuelve menos reactivo y desarrolla tolerancia a la frustración. Un estudio de la Universidad de Stanford demostró que caminar de forma regular mejora no solo la creatividad, sino también la capacidad de afrontar situaciones nuevas con mayor flexibilidad mental.

Ningún curso de desarrollo personal refleja la realidad como una peregrinación. En una época en la que el «bienestar» se ofrece como un producto más (yoga al atardecer, mindfulness por suscripción), la peregrinación desconcierta: no vende nada, no promete atajos, no endulza la experiencia. Te pone a prueba. Y justamente por eso, funciona.

The Therapeutic Power of Walking: Pilgrimage as a Path of Healing

La peregrinación desmantela las identidades rígidas

Muchas crisis emocionales surgen cuando nuestra identidad se tambalea: la carrera profesional que nos definía ya no existe, nuestra posición en una relación ha cambiado, el entorno familiar se ha transformado. Cuando la identidad se quiebra, también lo hace nuestra estabilidad emocional.

La peregrinación, al suspender radicalmente la rutina diaria, genera una lenta pero profunda deconstrucción. Caminas en soledad. Duermes en alojamientos modestos. Dejas de ser “directora”, “madre”, “hijo”, “estudiante”. Solo eres un cuerpo en movimiento.

Y en esa desnudez identitaria emerge el primer brote de una resiliencia genuina: la conciencia de que podemos existir más allá de los papeles que desempeñamos.

Caminar te despoja. Pero, como todo rito iniciático, esa es su función: desnudarte para reconstruirte. Es la fase “liminal” que describe el antropólogo Victor Turner, en la que el individuo deja atrás un estado para prepararse a asumir otro. La peregrinación es, en este sentido, un rito de paso contemporáneo.

Caminar nos reconcilia con un ritmo del tiempo más humano

Buena parte de nuestra ansiedad se origina en una percepción distorsionada del tiempo: prisas, plazos, notificaciones constantes. Nuestro sistema nervioso no está diseñado para vivir en un estado de alerta permanente.

La peregrinación recupera un tiempo orgánico, marcado por el paso, el hambre, la luz del día. Ese tiempo “analógico” reconecta nuestra mente con un ritmo más llevadero. Y en esa lentitud, las emociones pueden procesarse de forma natural.

Un estudio publicado en Frontiers in Psychology mostró que caminar con regularidad en la naturaleza reduce la rumiación mental y mejora el estado de ánimo, incluso en personas con síntomas depresivos.

El cuerpo, al ralentizarse, se convierte en vehículo de la sanación. Porque la resiliencia no consiste en “reaccionar rápido”, sino en sostener la incertidumbre sin quebrarse. Y el caminar es el entrenamiento perfecto para esa espera activa.

​Pilgrimage and Mental Health: A Journey Within

La peregrinación genera vínculos auténticos

La resiliencia también se nutre de relaciones humanas reales. En el camino, se conoce a personas fuera de nuestro entorno habitual. No hay jerarquías, ni estatus. Solo humanidad. Ampollas, cansancio y pan compartido.

Un estudio realizado en España sobre el Camino de Santiago demostró que los peregrinos experimentan un notable aumento de empatía y sentido de comunidad al regresar, con efectos que perduran hasta seis meses después.

El camino nos recuerda que la fortaleza emocional no surge únicamente desde dentro, sino también en el encuentro con el otro. Compartir la ruta con desconocidos nos enseña a confiar, agradecer y ver en el otro un recurso. En tiempos de polarización y soledad, esto es profundamente transformador.

La peregrinación enseña a convivir con la incertidumbre

Caminar largas distancias es habitar la incertidumbre constante: no sabes dónde dormirás, si lloverá, si llegarás. Y, aun así, sigues adelante.

Esta práctica cotidiana de la incertidumbre nos entrena para no quedarnos paralizados ante la duda, sino para actuar igualmente. Esa es la verdadera resiliencia: avanzar aunque no haya garantías.

En el mundo actual, la incertidumbre es parte del paisaje. Pero el peregrino —a diferencia del conductor o del turista— ha hecho las paces con lo imprevisible. Y eso le aporta una estabilidad mental poco común.

La peregrinación no es una cura rápida. No es turismo de experiencias. Es una práctica transformadora. Fortalece la resiliencia no porque elimine el dolor, sino porque cambia la forma en que lo habitamos. Y lo hace con herramientas sencillas: silencio, esfuerzo, paisaje, lentitud.

En un mundo que nos exige ser siempre productivos, el peregrino se convierte en una figura contracultural. Es quien acepta perderse, no saber, agotarse. Y por eso mismo, es quien mejor resiste. No porque sea más fuerte, sino porque ha aprendido a no derrumbarse ante el cambio.

 

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